El himno a la Virgen del Pino de 1914

Nos cuenta un prebendado del siglo XVIII, don Diego Álvarez de Silva, que, terminando el mes de agosto de 1767, y con extraordinaria solemnidad, celebró el clero y el pueblo de la Gran Canaria la culminación del nuevo templo dedicado a Nuestra Señora en Teror. Hubo lógicamente de todo: luminarias en las casas, hogueras en los campos circundantes, voladores por doquier; en suma, alegría general y amplia asistencia de los que en aquellos tiempos ostentaban cargos de importancia eclesiástica y secular, junto al pueblo que durante siete años había trabajado duramente para alzar el grandioso templo en un lugar que, ya desde un primer momento, se había comprobado poco apropiado para ello. Pero eso era lo de menos en la noche de aquel 30 de agosto: las gentes estaban alegres, el curato también lo estaba, regidores y canónigos, todos celebraron el evento. Pero en esto como en todo, los caminos para demostrarlo eran diferentes; y junto a los sones armoniosos de trompetas, oboes, violines, flautas, clarines, timbales y tambores…sonaron por las calles de Teror los dulces acentos, festivas canciones, sonatas alegres, músicas suaves y festejos decentes.

En aquellas celebraciones, el fervor hacia la Imagen se manifestó en muchas composiciones y coplillas que se repitieron hasta la saciedad.

“Blanca paloma volando,

Teror dichoso a ti vino,

y se posó sobre el Pino

sin saber cómo ni cuándo”

Las poesías y las canciones comenzaron a estar presentes en las celebraciones del Pino; aunque tendrían que pasar muchos años para que las creaciones de Néstor Álamo, Herminia Naranjo y otros cuantos formaran el sustrato de una peculiar forma de relación cultural y popular de la fiesta con la Virgen y que se ha afianzado de tal manera que ya no se entienden las jornadas de septiembre en la Villa sin que estos sones nos arropen y nos unan a nuestra identidad como pueblo.

Muchos han sido desde entonces los que, con la inspiración de la Virgen y de lo que a ella la rodea en estos días, han dejado volar su ingenio (abundante y florido en algunos; ripioso y soporífero en otros, que todo hay que decirlo) en honor a la fiesta, el pueblo canario, Teror y María. Ya desde 1782, en que el prebendado Fernando Hernández Zumbado creara la novena con que hasta el día de hoy se honra a la Virgen, sus palabras han venido repitiéndose por siglos:

 

Fragmento de la partitura.
Don Miguel Suárez Miranda.

“En todas nuestras miserias,

en todas nuestras fatigas,

y en la hora formidable de la última agonía:

Miremos para esta estrella,

invoquemos a María”

Pasando por el himno del jesuita don Juan Melián:

“Oh, Virgen del Pino,

imán de Teror,

tu encanto divino

cautiva mi amor”

O el estilo sensible y sentido de Ignacio Quintana:

“No impidieron los pinos ver el bosque,

porque en uno tembló su luz la estrella”

Los sones de parranda de Néstor Álamo:

“La Virgen, Virgen del Pino,

la Virgen la más hermosa,

la Virgen que tiene un niño

con su carita de rosa”

Don Bernardino Valle Chinestra.

Nuestra cultura ha quedado impregnada ya para siempre del Pino y de todos los sentimientos que a su alrededor se mueven. Y aunque todas, hasta las más populares, pueden considerarse como himnos a la Virgen porque como tal surgieron, sólo dos creaciones musicales han quedado unidas a las celebraciones religiosas de estos días en Teror para invocar, evocar, recordar y llorar con el anual retorno de la Santa Imagen.

El primero de estos himnos fue compuesto en 1914 para celebrar la proclamación de la Virgen del Pino como Patrona de la Diócesis.

Un canónigo terorense, Miguel Suárez Miranda (foto superior de la derecha), escribió la letra, y le puso música el maestro Bernardino Valle. Miguel Suárez había nacido en la Villa en 1874; de carácter jovial, afable y culto, su vida y obra siempre, pese a ocupar una canonjía desde 1915, estuvieron ligadas a Teror y a la Virgen. Bernardino Valle Chinestra había nacido en el pueblo zaragozano de Villamayor en 1849; llegó a la isla, contratado por la Sociedad Filarmónica, en 1878 con las recomendaciones del músico Emilio Arrieta y de nuestro paisano Fernando León y Castillo. Como un canario más se puede considerar a don Bernardino, que aquí vivió hasta su muerte en 1928, y aquí dejó familia y fecunda obra. Años más tarde, Santiago Tejera Ossavarry reformó la música de este himno.

Es una pieza excelente que ya sea por las connotaciones que posee, por lo evocador de sus sones, por lo que dentro del alma grancanaria penetra, no puede oírse sin que muchos sientan el nudo en la garganta:

“Ante el solio de luz esplendente

donde llena de gloria te vemos,

deja, oh madre, que alegres cantemos,

rebosantes los pechos de amor.

Salve Virgen gloriosa del Pino,

del canario solar protectora,

Oh mil veces bendita la hora

que pusiste tu trono en Teror”