Fin de semana de aniversario – Roberto Kamé

Aquí estoy yo, un sábado por la tarde, en el cuartelillo, esperando a que llegue mi abogado. Tengo un ojo “a la funerala” y unas ganas enormes de llorar, aunque ahogo ese llanto y espero a que me llegue la risa, porque sí, es de risa, sí.

La semana pasada pensaba en darle una sorpresa a mi novia. Ella ha ido cumpliendo todos sus sueños eróticos, y le faltaba el de dormir en una cama de agua. Llamé a varios hoteles, y no me fue fácil conseguir una habitación en uno que tuviese las características deseadas, pero  al fin ¡lo conseguí!

Le dije que preparase una pequeña maleta para pasar un fin de semana fuera, y la recogí el sábado por la mañana en su casa. Era nuestro tercer aniversario, y merecía la pena invertir nuestro tiempo en algo especial. A mí también me llamaba la atención eso de “dormir” en un colchón de agua.

Había puesto en mi maleta un reloj de arena, una pequeña fusta color rosa, un par de dados donde aparecían dibujadas imágenes eróticas, el kamasutra (muy degastado ya de tanto ojear y ojear) varios pequeños frascos de mermeladas de diferentes sabores, así como algunas botellas pequeñitas de licores. ¡No se me podía olvidar llevar tres grandes pañuelos, uno para tapar sus ojos, y otros dos por si podía atar sus muñecas al cabezal de la cama! Le encantaba jugar, sentir calor y frío, mis mordiscos en sus pezones, mi lengua recorriendo su costado, el cómo nuestros alientos se iban acompasando mientras mi pasión la llenaba por completo, una y mil veces, de una y cien formas, provocando  que su piel se relajase, y a la vez se erizase, desenado más y más. Todo eso me excitaba, hacía que de repente tuviese prisa por continuar llenando su cuerpo de placeres, y otras veces que fuese lentamente, dejándome desear, mientras escuchaba sus gemidos y su voz pidiendo más y más.

Ambos estábamos ilusionados, la recogí y seguidamente nos encaminamos al aeropuerto, sin apenas intercambiar palabras, eso sí, las miradas… las miradas pedían a gritos el contacto de nuestra piel.

Ya en Tenerife cogimos un taxi y nos fuimos al hotel. Llevamos las maletas a la habitación, la ojeamos de arriba abajo, nos dimos un beso apasionado, y  decidimos ir a tomar algo en los alrededores.

Cerca había un restaurante italiano, allí estuvimos disfrutando de algo de pasta y marisco. Me resultaba muy, muy erótico, ver cómo chupaba y devoraba los espaguetis, y de vez en cuando, cogía con su tenedor un mejilloncito y lo introducía delicadamente en mi boca, sobre la lengua, y yo, cerraba los ojos, imaginaba, gozaba…

Me costó salir del restaurante, menos mal que llevaba un periódico y pude disimular con él.

Pasemos un poco, vimos una heladería, y pedimos un poco de helado variado: turrón, limón, chocolate…y nos lo llevamos al hotel.

Decidimos darnos una ligera ducha. Ella sacó un gel con olor a vainilla, sabe que me encanta la vainilla. Mientras nos “enjabonábamos” tenía unas ganas enormes de devorarla a mordiscos… Agua caliente, muy caliente, y al final fría, llena de risas, de mordiscos, de besos…

Acto seguido tomé la toalla y la sequé, ella me secó, delicadamente, pliegue a pliegue de la piel. ¿Secar? Pues va a ser que no, que no pudimos quedarnos secos, y ahí comenzamos a jugar en la cama, con ese colchón de agua que se movía, como un mar embravecido…  No parábamos de jugar y reír.

En un determinado momento intentamos hacer una jugada que nos encantaba, un poco complicada, pero que ambos disfrutábamos… la cama se movía… ella calló al suelo, se dio en la cabeza contra la mesa de noche…  Se desparramaron todos los aceites, mientras yo, intentando agarrarla, caí tras ella. Bueno, más bien, sobre ella, dándome también en la esquina de la mesita de noche, además de quedarme con un gran hematoma en la rodilla derecha.

Ante el estruendo, y los lamentos de dolor que expresaba libremente, acudió el vigilante del hotel. Ella alegó que se había caído, mi brazo y parte de mi espalda estaban arañados, y el vigilante no dejaba de mirarlos. También paseaba su mirada por el pañuelo que estaba atado a una de sus muñecas (el otro estaba anudado al cabezal de la cama) mientras giraba la cabeza de lado a lado.

—¿Caído? —dijo— Eso lo tendrá que decidir la policía.

A ella se la llevaron al ambulatorio, y a mí me trajeron aquí, no me han dejado explicar aún qué ha pasado… y temo que mi abogado, que está en la isla vecina, tardará en aparecer.

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