N° 68: Un Jefe que promocionaba el turismo femenino.

En mi larga vida laboral de 42 años, llegue a tener cinco empleos diferentes. El primero en el Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción de Guía durante cuatro años y cuatro en empresas privadas, uno en Guía y tres en la ciudad de Las Palmas. En la última estuve veinticinco años y allí me jubilé.

En una de las empresas privadas, tuve un jefe con el que tenía una relación que llegó a ser casi de amigos, pues yo como jefe de administración tenía un contacto directo y diario con él. La jornada laboral en esa empresa nunca acababa antes de las nueve de la noche y a veces me invitaba a tomar una copa antes de irme para casa. Pero él todas las noches, de lunes a viernes, se iba a bailar al antiguo hotel Concorde que estaba situado entre las calles
Tomás Miller y Luis Morote del Puerto de la Luz.

Por si algún familiar se pudiera molestar si leyera este relato, no citaré su nombre real y le asignaré uno ficticio: Alberto. Hace bastantes años que falleció y yo lo sentí mucho pues le tenía bastante aprecio, a pesar de que ya no trabajaba con él desde hacía algunos años, pues me fui a la que resultó ser mi última empresa, en la que me jubile. Cuando le anuncié que me iba él lo sintió pero lo comprendió. Recuerdo que me dijo: “Si vas a mejorar me alegro por ti”. Era todo un señor.

Era un lince para ligar extranjeras, sobre todo de los países Nórdicos, con las que apenas se entendía con su escaso inglés. Generalmente esas señoras que se ligaba repetían vacaciones al año siguiente y algunas durante varios años. Yo le decía jocosamente que deberían distinguirlo con una medalla pues de algún modo estaba colaborando para incrementar el turismo femenino en Las Palmas capital. A mí me hacía recordar aquella canción de nuestro Néstor Álamo, que dice: «Si con un Guanche fue a dar y comió mojo picón, es de lo más natural que perdiera el corazón».

En esa época Alberto era un hombre de unos cuarenta y pico años y de una fortaleza fuera de lo común. No importaba a la hora que se acostara ni los whiskys que se hubiera tomado, para que estuviera siempre a su hora en el trabajo.

Los argumentos que utilizaba con su mujer para justificar sus constantes retrasos en llegar a su casa, solían ser cenas con clientes y trabajos nocturnos.

Su mujer era una señora muy tolerante y comprensiva pero un día, cuando estaban almorzando, le dice: Alberto dices que esta noche vas a trabajar en la obra del muelle, pues yo quiero ir contigo y así te hago compañía. Alberto le dice que eso es una tontería porque te vas a pasar hasta las tres o cuatro de la mañana sentada en el coche en una zona que está a más de doscientos metros de la obra, pues es zona de peligro y no puede pasar nadie que no trabaje en ella. Ella insiste porque está algo desconfiada y sospecha que su marido la engaña y que en vez de trabajar se va de juerga con los amigos y con alguna amiga. La verdad es que a la pobre le sobraban motivos para sospechar.

Pues bien, sobre las diez de la noche Alberto va a su casa a cenar y a recoger a su mujer, ya que había pensado que así se le quitaría la desconfianza. Llegan al lugar de aparcamiento de la obra y ella se queda escuchando la radio, mientras él se va caminando hacia donde estaba el personal y las máquinas trabajando. Habla con su encargado y le cuenta lo que pasa. Este se parte de la risa y le entrega las llaves de su coche. Alberto sale de la obra tranquilamente y se fue a bailar hasta las tres de la madrugada. Cuando regresa se pone la ropa de faena, se engrasa algo las manos y se dirige a su coche en donde encuentra a su mujer durmiendo. La despierta y tiran para la casa cuando eran ya cerca de las cuatro de la madrugada.

Ya en la casa a punto para dormir le pregunta a su mujer qué tal lo había pasado. Fatal, le contesta ella. Tenías razón cariño fue una tontería. Nunca más voy a desconfiar de ti, le dice al tiempo que le daba un cariñoso beso. Y añade: «No me explico cómo eres capaz de aguantar tantas horas trabajando cariño».

Esto me lo contó el propio Alberto, al día siguiente de los hechos, mientras nos tomábamos una copa y yo me partía de la risa. !Era tremendo!.

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