“8 de marzo, Mujer en pie”

El 8 de marzo conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, un día para recordar las desigualdades de género y para reivindicar la lucha por la igualdad real y efectiva de los derechos de la mujer en los distintos ámbitos. Esta celebración llega con el impacto de una guerra, un conflicto bélico que se inició hace años y que se ha ido acrecentando hasta desembocar en la invasión rusa de Ucrania. 

 A las catástrofes naturales y la crisis económica y sanitaria derivada de la COVID 19, se nos une una guerra más y sus drásticas consecuencias. Una guerra más porque no podemos olvidar ni pasar por alto otros conflictos activos ( Etiopía, Yemen, Afganistán, Israel y Palestina, EE.UU- China…) que suponen grandes crisis humanitarias y acentúan las estructuras de desigualdad ya que hay colectivos más vulnerables que padecen sus efectos de una forma más acentuada (mujeres, menores, personas mayores), y es aquí donde podemos establecer el nexo entre guerra y patriarcado, al aumentar la inseguridad y al tener la figura femenina peor acceso a los recursos alimentarios y sanitarios se ve envuelta en la prostitución, trata y tráfico de mujeres.  

Por otro lado, la historia ha invizibilizado a la mujer y su aportación en distintos ámbitos, no siendo diferente en los episodios bélicos, en los que también se ha visto relegada a un segundo plano. Si bien es verdad que hasta el S. XX la participación de las mujeres fue excepcional e invisible, a partir de la Primera Guerra Mundial inician su participación de una forma más perceptible, saliendo del ámbito doméstico y pasando a ser asalariadas y con una importante contribución en las actividades de guerra sirviendo en las fuerzas armadas. 

En el año 2000, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la resolución 1325 sobre las mujeres, la paz y la seguridad para que fueran incluídas e involucradas en los procesos de la paz, ya que si la guerra tiene graves consecuencias para las mujeres, ellas deben ser parte activa en las labores de reconstrucción de la misma, para tener oportunidades de recuperación y obtener justicia por la vulneración de sus derechos, y participar de forma activa en las reformas de leyes y las instituciones públicas.  

Quizá esa deba ser nuestra lucha en la búsqueda de la defensa de los derechos humanos, la paz y la igualdad. La manifestación de la negativa a la guerra y desigualdades es una actitud  necesaria, pero sigue siendo pasiva e insuficiente. Se hace necesario el compromiso de los poderes públicos y la participación activa  de los colectivos afectados en los procesos de recuperación de esos valores para la convivencia. Porque tal y como dice Michelle Bachelet “la igualdad de género debe ser una realidad vivida”.  

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