N° 74. “LOS DEL SEPRONA Y EL INGENIO DE UN SUBMARINISTA”.

A principios de los años ochenta del pasado siglo, yo, junto con otros parientes compramos a un señor conocido por Pepe Juan “El Miseria” un solar de 1.200 m2. que lógicamente registramos en el Registro de la Propiedad correspondiente. El solar está situado en la zona de Sardina en el lugar conocido por La Furnia.   

El solar está situado a la orilla del mar y construimos un pequeño complejo con arreglo a un proyecto que hizo Miguel García, uno de los 9 propietarios.  Lo primero que hicimos fue amurallarlo y construir una piscina de agua del mar que era y es una delicia. Como estábamos muy cerca de la orilla del mar hicimos una cata y le pusimos una bomba para llenarla.  

Allí pasamos veraneos y fines de semana inolvidables, pues la zona es buena para disfrutarla desde abril a octubre. Teníamos muy buenos vecinos tanto en la propia Furnia como en el cercano barrio costero de Los Dos Roques.   

Aquella era una buena zona de pesca y tenía a varios parientes que se pasaban los días con la caña en la mano, e incluso mi hijo se aficionó y le compre una buena caña. Sin embargo yo siempre he sido más del pescado en la mesa y bien frito.   

A propósito de ello, les voy a relatar dos simpáticas anécdotas.  

ANÉCDOTA N° 1.- La pesca nocturna.- En una ocasión un concuño me invitó a ir a la cercana Punta de Gáldar a hacer una pesca nocturna con el amigo común Saro Perez, que tenía una casa en esa zona. Me animó diciéndome que después freiríamos el pescado que cogieran y nos echábamos unos piscos de ron disfrutando del pescadito fresco. Al final me gusto la idea y fui de espectador y por la amistad que llevaba con Saro, pues yo no había cogido una caña de pesca en mis manos en la vida.   

Eran más de las dos de la madrugada y en cuatro horas no habían cogido ni un caboso. Cansados y aburridos nos fuimos a la casa de Saro, que estaba muy cerca, y yo, que acostumbro a ser bastante previsor, saqué de mi mochila una botella de ron, unas latas de sardinas y tres panes, que lleve por si acaso, y gracias a ello nos echamos unos rones y comimos algo porque estábamos muertitos de hambre. Ninguno habíamos cenado pensando en el pescado frito. Esa fue mi única experiencia de “pesca” hasta hoy. Recuerdo que me decía Saro: “Pepe, menos mal que no tenías mucha confianza en nosotros. Pero la verdad es que nunca sabes cómo vas a encontrar la marea; a veces llenas un balde de pescado en una hora y otras, como hoy, no coges ni un jodido guelde”. Lo dicho, más nunca.  

ANÉCDOTA N° 2.- Un submarinista ingenioso.- En Los Dos Roques, que está pegado a La Furnia, tenía una casa Rogelio con el que llegue a tener una buena amistad. Espero que siga disfrutando de su casa y del lugar, pues creo que desde 2010 en que vendí mi propiedad no le he vuelto a ver. Es un buen hombre, honesto y servicial y tenía un tractor con el que se ganaba la vida. Fueron muchas las veces que colaboró con alguna obra comunitaria de manera desinteresada, sin cobrar una peseta.  

Se los presento porque es el protagonista de esta ingeniosa anécdota, y espero que no se moleste conmigo si la llegara a leer. Es más, estoy seguro que le agradará, pues a estas alturas no podrá perjudicarle.  

Rogelio era un buen submarinista con mucha experiencia y yo me quedaba muy tranquilo cuando mi hijo se tiraba al agua con él y se iban a pescar o simplemente a disfrutar de los fondos marinos, sobre todo cuando se producían unas calmas en la marea que parecía que podías caminar por encima del agua.  

En esa época ya se empezó a limitar los sitios donde se podía practicar la  pesca submarina y en toda esta zona estaba prohibida. Pero a Rogelio la prohibición lo tenía sin cuidado, pues cuando quería comerse un pescado fresco o si tenía algún invitado a comer, se tiraba al agua y cogía solamente lo que iba a necesitar.   

Como en todas partes, siempre hay alguien que bien por hacer daño, por absurdas envidias o por ser un simple alcahuete, desde que veían que Rogelio se tiraba al agua con el fusil y el pasa-pescado ya estaban llamando a los Agentes del Seprona, (servicio de la Guardia Civil dedicada a la protección de la naturaleza). Pero eso no era ningún problema para Rogelio que seguía pescando sin preocuparse de los Agentes, hasta lograr capturar el pescado que necesitaba. Él nunca pescaba en la orilla en donde solían haber numerosos pescadores de caña. Se iba mar adentro para no molestar a nadie. Todos lo conocían.  

Cuando daba por terminada la pesca miraba para la azotea de su casa a ver si su mujer había dejado la señal convenida, en el supuesto de que estuvieran por la zona los Agentes del Seprona. Si la señal estaba puesta, (una sábana tendida en la liña de su azotea), bajaba al fondo del mar y dejaba el fusil y el pasa-pescado con las piezas capturadas debajo de unas buenas piedras y subía tranquilamente a la superficie. Se dirigía nadando a la pequeña cala de arena que hay en Los Dos Roques junto a la piscina natural y salía tranquilamente por delante de los propios Agentes que le estaban esperando. Los saludaba cortésmente, se quitaba las aletas y el tubo, y se dirigía a su casa que estaba a unos pocos metros. No se lo podían creer; era inexplicable salvo que el “alcahuete” se hubiera equivocado, o los hubiera engañado adrede.  

A eso del mediodía, cuando los Agentes se habían marchado y la mayor parte de los vecinos estaban ya en sus casas para comer, Rogelio se tiraba al mar y recogía tranquilamente el fusil y el pescado. Se iba para su casa y a disfrutar del pescadito fresco.   

Eso lo hizo ni se sabe cuántas veces, a pesar de que él sabía que los Agentes estaban como locos por cogerle, pues sospechaban que algo se traía entre manos. Pero después de tantos fracasos incluso dejaron de ir cuando les llamaban.  

Así de ingenioso era Rogelio. Espero que siga disfrutando de su pescado fresco. 

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