N° 87. No se debe juzgar a nadie hasta conocerlo.

Esta vivencia ocurrió en la década de los años 90 del pasado siglo y en esta ocasión yo formé parte de ella. Voy a empezar preguntándoles a los protagonistas de la misma: 

Uno fue mi amigo Pepe Castellano. Pepe y yo éramos muy amigos y nuestra amistad empezó el 1º de Septiembre de 1.960 cuando nos incorporamos voluntarios al cuartel de Artillería 94, en la Isleta de la isla de Gran Canaria; yo con 18 años y él con 16. Y nuestra amistad acabó cuando Pepe Castellano falleció en Mayo de 2014. Fuimos en realidad amigos íntimos. Si consideramos al amigo como un hermano deseado, Pepe Castellano fue un hermano.

Casi todos los domingos salíamos juntos con nuestras esposas que también habían hecho muy buena amistad. Algunos de esos Domingos solíamos ir a algún pueblo de la isla donde comíamos y disfrutábamos del lugar y del paseo con nuestros hijos que son de la misma edad.

Pepe Castellano era Delineante y tenía un Estudio de Arquitectura donde aparte de él trabajaba su hermano Luis, Arquitecto y Antonio Marrero Nieto Ingeniero Técnico. El trabajo principal de Pepe era en el Cabildo de Gran Canaria donde era Técnico del Polígono de Arinaga que en ese momento estaba en plena construcción. Quizás por eso estaba tan relacionado pues generalmente era él quien más trabajo aportaba al Estudio.

Un sábado al mediodía, tomando una cerveza en El Bodegón del Pueblo Canario, donde nos veíamos todos los fines de semana, me dice que al día siguiente tenía que ir a un barrio de Firgas a medir una finca para establecer sus linderos según consta en el Registro de la Propiedad. Me invitó a ir con nuestras esposas y después comeríamos por la zona. Me vendría bien que fueras porque así me puedes ayudar y acabaríamos antes. Le dije que lo Iba a ver con mi mujer no sea que ella tuviera ya otros planes y que a la noche le contestaba. Se lo dije a Inma y me contestó que por ella no había ningún inconveniente y que ademas le gustaba la idea porque no conocía Firgas. Por la noche nos vimos con Pepe y su mujer y quedamos de acuerdo en salir de diez y media a once de la mañana. Como Llevaríamos un solo coche, él pasaría a recogernos sobre esa hora. Los hijos habían crecido y ya no querían salir con nosotros. Ya tenían sus propios planes.

El otro protagonista es Don Ángel, el cliente de Pepe. Es un ricachón que vive en Schamann y que tiene una finca bastante grande junto a un barranco en la Villa de Firgas. Es buen pagador pero es más agarra’o que un pasamanos, me contaba Pepe. Desde luego no esperes que nos invite ni a una cerveza. Yo llevo en el maletero del coche un par de botellas de agua para no tenerle que pedir nada a este tipejo. Yo creo que en dos horas podemos hacer la medición para luego irnos a comer.

Llegamos al lugar, después de ir disfrutando del paisaje, a eso de las 12 del mediodía. Fuimos directamente a ver a don Ángel que nos recibió muy cordialmente. Nos enseñó parte de la finca y un alpendre de animales vacunos que era una preciosidad. Allí había una yunta de toros, unas 5  vacas lecheras y otros tantos becerros, además de un par de cabras que según nos dijo eran del Mayordomo. Daba gusto ver a aquellos animales todos lustrosos y las camas recién hechas, pues el pastor acababa de hacerlas y les había echado de comer hacía poco rato. Nunca había visto un alpendre tan bien ordenado y limpio como aquel.

A continuación nos llevó a la zona donde había que hacer la medición, que era todo lo que lindaba con el barranco. A todo esto eran ya cerca de la una de la tarde. Él se fué y nosotros empezamos a medir manualmente con una cinta métrica muy larga, pues aún no existía el aparatito de rayos láser que te mide sin tu moverte del lugar. Pepe iba apuntando las mediaciones en un dibujo de la finca que había hecho en un instante, al tiempo que murmuraba: “Hoy vamos a pasar más hambre que el perro de un ciego”. Acabamos de medir cerca de las tres de la tarde y estábamos muertitos de hambre. Pepe, quizás para consolarme por el hambre que estaba pasando, me dijo que la comida la pagaría él porque desde luego se la pensaba cobrar a aquel cabrón agarrado.

Pues nos dirigimos a la casa a despedirnos de don Ángel, mientras Pepe seguía echando chispas de él. Tocó en la puerta y al cabo de un momento salió don Ángel a abrirnos. Pepe le dijo que ya había acabado la medición y que en unos días le llamaría para que pasara por el Estudio a recoger el plano de la finca con los linderos tal cual constaban en el Registro de la Propiedad. Bueno don Ángel, ahora vamos a ver si comemos algo para luego seguir para Las Palmas, se despedía Pepe…..

Entonces se produjo algo totalmente inesperado. Don Ángel agarró del brazo a Pepe y le dijo levantando algo la voz: “Ustedes de aquí no se mueven. Nosotros comimos ya porque se hacía algo tarde para los chicos, esperarles; pero ahora van a comer ustedes y espero que les guste un bayfo embarra’o que preparó mi señora y que a nosotros nos gustó mucho”. Pepe miraba alternativamente a don Ángel y a mí sin creer lo que estaba oyendo y yo tuve que hacer un esfuerzo para no empezar a reírme. 

Pasamos al comedor, donde la mesa ya estaba preparada. Saludamos a su señora y al momento empezaron a salir platos de la cocina con unos olores que nos mataban de gusto. Nos preguntaron que queríamos tomar y saco una botella de vino tinto de marca y unas cervezas fresquitas que eran una delicia. A mi me gusta mucho la carne de cabra y más aún la de bayfo que es más tierna y sabrosa. Pero les puedo asegurar que nunca había comido una carne como aquella, ni la he vuelto a comer. Que duda cabe que también influyó él hambre que teníamos, pero el bayfo estaba delicioso, exquisito.

Nuestras mujeres, cuando nos dejaron solos, no podían aguantar la risa ni yo tampoco, después de todas las maldiciones que Pepe le había echado a don Angel. Pepe estaba perplejo. No se lo podía creer. No sabía que decir……

Y así acabó la jornada, disfrutando del exquisito almuerzo de don Ángel. Cuando acabamos de comer hicimos algo de sobremesa con ellos y las mujeres le preguntaron por la receta del bayfo. Les agradecimos las atenciones y nos despedimos.

Pepe decía cuando ya íbamos en el coche: “Desde luego no se puede hablar mal de nadie hasta conocerlo personalmente; pues se lleva uno de habladurías y miren lo equivocado que estaba”. 

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