No estoy para nadie

Así como en los teléfonos móviles se puede activar el modo avión, o el modo no molestar, así también nosotros activamos diríamos la función no molestar o no estoy para nadie. 

En ciertos momentos en los que no estamos de humor, por ejemplo; tras recibir una mala noticia, imaginémonos que nos notifican un cambio importante que nos afecta mucho, que nos damos cuenta que fuimos engañados, que nos llega una decepción amorosa,  que supimos que nos engañaban, mentían, que nos robaron dinero, o peor, nos enteramos de la muerte de alguien muy importante para nosotros.

Esas noticias nos ponen muy mal y pedimos tiempo para estar fuera, pedimos que nadie nos moleste, porque necesitamos estar con nuestro propio coraje, nuestra propia tristeza para poderlo asimilar. Todo esto es muy válido, pensemos que el mismo Jesús lo hizo.

Hace unos días el evangelio nos narraba el acontecimiento de la multiplicación de los panes y los peces, yo pienso que todo esto sucede después de que a Jesús le avisaron de la muerte de Juan el Bautista, el evangelio comienza diciendo que Jesús se embarcó a un lugar despoblado y solitario, me pregunto; ¿Cómo le habrá afectado al sensible Jesús esa noticia?  Jesús era sensible, Él lloró ante la tumba de su amigo Lázaro. ¡Claro que le afectaría la muerte de Juan el Bautista!, ese gran profeta que preparó su llegada, que lo bautizó y lo manifestó al mundo en el Jordán, un hombre íntegro como ninguno y además era su pariente.

La muerte de Juan el Bautista que fue decapitado por un rey pasado de copas e intrigado por los caprichos de su amante. A Jesús todo esto le afectó mucho, con lo cual fue a pedir tiempo fuera, a estar a un rato a solas. Siempre estaba dispuesto a ayudar a las multitudes que querían estar con Él, pero en ese momento quería estar a solas para poder llorar y desahogarse.

Así cuando recibimos malas noticias, unos nos aislamos, otros nos ponemos irritables, insoportables, buscando no quién me las hizo, sino quién me las pague, o bien disimulamos que aquí no pasa nada, pero al rato eso se termina manifestando en enfermedad.

Aquí Jesús opto por retirarse un momento, esto es muy válido, pero, justo cuando necesitas estar sólo un ratito, es cuando más se te cargan las cosas, es cuando más te demandan, más te molestan, es cuando más imprudentes se te pone la gente. Justo así le pasó a Jesús, Él se había embarcado para alejarse de la gente, para irse al despoblado, pero alguien se da cuenta y corre la voz, y entonces se van a seguirlo, y no unas cuantas personas, literalmente miles de personas. Jesús hubiera estado en todo su derecho de decir, hoy no, hoy estoy fuera, hoy déjenme en paz, hoy necesito asimilar esta pena, hoy no estoy de humor, mañana vuelvan, necesito también tiempo para mí.

Hubiera podido decir todo eso, y sería muy comprensible, pero el comprensivo fue Jesús al ver aquellas personas, aquellos rostros desencajados de la pena, de la angustia, aquellos enfermos que en sus miradas brillaban un destello de esperanza, porque Él era su única esperanza. 

A pesar de buscar esos momentos de soledad que son válidos, sanaremos mucho más rápido teniendo empatía con los demás, mirando a nuestro alrededor y viendo  las penas de los demás y ayudándoles en vez de encerrarnos en nuestra propia soledad, en nuestra propio dolor, pensando que sólo nosotros somos los más sufridos del mundo y exigiendo que todo el mundo nos tiene que comprender, todos nos tienen  que considerar, todos  tienen que aguantar nuestra tristeza, nuestro mal genio y todo el mundo tiene que entenderlo.

Nos sirve más que nosotros entendamos al otro. Después que Jesús entendió y curó a tantos enfermos, me imagino lo agotado y estresado que terminaría. Pero todavía le tocaba enfrentarse a algo más difícil, la ineptitud de sus discípulos, todavía llegan a decirle: pues mándalos a sus casas porque estamos en un despoblado y no tenemos nada que ofrecerles de comer, sólo cinco panes y dos peces. 

Aquí encontramos la fórmula de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús con un poco de fe y voluntad nos demuestra que todo es posible, esta fórmula no es matemática, es de fe. Cuando damos de lo que tenemos, cuando damos de lo que nos sobra y si lo hacemos con muchas ganas, con mucho gusto, sumamos más, pero cuando damos de lo que nos falta, de lo poco que tenemos, y cuando nos sentimos indispuestos y lo que nos mueve es la misericordia, entonces multiplicamos, ahí sucedió ese milagro, justo cuando Jesús estaba en un mal momento y necesitaba algo de soledad.

No sé cómo te sientes tú amigo lector en este momento, no sé qué preocupaciones tengas o que noticias hayas recibido últimamente, sólo quiero decirte que está bien si necesitas un ratito de estar sólo y poder asimilar la pena, pero recuerda que progresamos mucho más, cuando podemos mirar hacia aquellos que sufren más que nosotros, y podemos sanar más rápidos ayudando que exigiendo ser ayudados.