Recuerdo un día, en el que mi situación personal no era la más fuerte, que estuve toda una mañana escuchando y atendiendo las necesidades de todas las personas que allí se acercaban. Al acabar la jornada, me acerco a ti y te digo con los ojos rayados de lágrimas “Dori, ahora soy yo la que necesito que me escuchen y que me den un fuerte abrazo”.

 

Tú, sin dudarlo ni un segundo, con esa sonrisa que siempre recordaré y esa voz que siempre te dije, que era igual a la de Anabel Alonso y tú no podías parar de reír, te sentaste a mi lado y con todo ese cariño que desprendías, me escuchaste con gran paciencia, ofreciéndome un abrazo que hizo que recuperara mi ánimo al instante.

 

Ahora, ese gran corazón con el que siempre recibías a toda persona que se acercaba a ti, incluida yo, brilla en el cielo como siempre lo hiciste tú.