Lo cierto es que tengo ganas de aceptar su reto, pese a que soy consciente de que lo que diga “puede ser usado en mi contra” (como en las pelis de polis), provocar hilaridad, o piedad hacia mí, por haber “perdido la cordura”… ¡Bah, qué más da!, al fin y al cabo los textos largos apenas lo leen el 1% de tus “amigos”, o sea, en mi caso, 6 ó 7 personas como mucho, prestarán atención a mis escolios de esta noche. Pues bien, me dejo de disquisiciones y entro en materia.
Ayer despedimos los restos mortales de doña NIEVES MENDOZA MARTIN de GONZÁLEZ, quien en vida y desde el feliz día de mi Bautismo, fue mi Madrina. Era una persona alegre, jovial, cariñosa, amante de la familia, creyente y luchadora por la vida, y por su vida frente a la enfermedades, que a lo largo de muchos años han intentado acabar con su vida sin lograrlo, y han tenido que aliarse con su avanzada edad para doblegarla. Que Dios en su infinita misericordia la tenga en sus Santas Moradas, ya que la muerte no es el final del camino.
En su duelo, entre oración y oración, me afloraban los recuerdos vividos en estos mismos días del año 2011:
El 14 de Febrero de ese año, día de san Valentín, a hora cercana al mediodía, ingresaba Antonia María, mi querida esposa, en la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Dr. Negrín (planta 6ª), en situación terminal afectada de cáncer desde hacía casi tres años. Dos días más tarde ingresó (quedando con una habitación por medio), mi querido amigo Miguel Ángel Carballo Hernández, en la misma situación que mi esposa, desde hacía pocos meses. Don Miguel Ángel, era Jefe de la Unidad de Protección Civil de la Delegación del Gobierno, Unidad a la que yo pertenecía en calidad de Radioaficionado Voluntario de la Red Radio Emergencia (REMER), con quien, especialmente en los últimos 5 años, trataba frecuentemente, ya que ocupaba el cargo de Coordinador Provincial de dicha organización, siendo para mí, un querido amigo. Ni que decir que eso me supuso una sobrecarga emocional, ya que cuando mi esposa estaba acompañada, me acercaba a ver a Miguel Ángel.
En la tarde/noche del viernes 25, ya ambas familias teníamos por cierto que el éxitus de ambos era cuestión de horas, así que me acerqué a su habitación, oré por él y le despedí con un beso en su frente, abrazando a su esposa e hija que le acompañaban, abrazo que era, nunca mejor dicho, de auténtica condolencia ya que éllas y yo nos encontrábamos en la misma circunstancia.
Antonia María expiró rayando el día 26, Miguel Ángel lo haría a las 10 de la noche de ese mismo día. En la mañana del domingo le dimos sepultura a élla, por la tarde se le dió a él.
Pero eso no es todo, en la tarde del día 16, me encuentro en el ascensor a Manolo González, esposo de mi madrina, quien me cuenta que Nieves lleva ingresada ya varias semanas, y estaba en la planta 5ª de ese ala y zona. Días después ingresaba mi hermano Juan José ya que habían de practicarle un autotrasplante de piel para combatir una úlcera perniciosa en la pierna. Estaba en la 4ª planta del mismo ala y zona. Han supuesto bien, al entrar o salir del Hospital, pasaba a ver a mi madrina y a mi hermano.
Si están pensando en “la casualidad”, ¡olvídenlo!, nada sucede por casualidad. No me faltaron momentos donde, involuntariamente, “pedía cuentas”: ─ ¿Señor y ésto..? ¿Por qué así, Señor..? Pero Él callaba y me fortalecía, hasta que, por su misericordia, fui aceptando lo que sucedía, lo que estaba viviendo, lo que aún me faltaba. Entonces fui descubriendo el significado o el valor de algunos criterios y advertencias de los oncólogos durante esos 3 años, cuando su diagnóstico vital era de meses (¡qué gente más humana, Dios les bendiga!); o el profundo aprecio y respeto existente con Miguel Ángel, que me enriqueció como persona; el cariño de mi madrina, pese a que no la veía tanto como yo tendría que haber procurado; el fraternal y grande amor que nos tenía –tiene – mi hermano, de natural introvertido en sus expresiones; la fortaleza y madurez de mis hijos; el aprecio y muestras sinceras de cariño, de familiares y amigos, siempre presentes… Si quieren, para terminar, el Señor fue generoso hasta en las banalidades, tales como el impensado acompañamiento del duelo, sepelio, funeral… incontables coronas, ramos de flores, llamadas, mensajes…
Ya ves, MADRINA, querida Nieves, me has dejado un último y valiosísimo regalo: Esta reflexión, que ya concluyo, me está permitiendo ordenar y valorar mis recuerdos, mis sentimientos, mis vivencias. Sé que no es necesario, pero déjame que lo ponga por escrito: Sigue pidiéndole al Padre por mí. ¡Te quiero!
Y a ustedes, que han querido estar entre mis Amigos, gracias por leerme, por “escuchar” pacientemente lo que ha ido aflorando desde lo hondo de mi corazón.
Un abrazo muy grande.