Las ciudades se pueden recorrer de mil maneras. Nunca es la misma ciudad ni la misma gente. La vida se escribe con los detalles, con lo inesperado y con lo que nos parece siempre lo mismo siendo cada segundo que pasa diferente. Pasear es algo más que mover las piernas y recorrer distancias. Baudelaire o Azorín nos enseñaron a buscar en las ciudades todo el material literario que necesitamos. No hace falta que te pares a escribir cuando te sorprende un árbol recién florecido, una ventana entornada en una casa que llevaba años cerrada o el color que deja el atardecer en una fachada. Todo eso se guarda si se mira intensamente, si aprendemos a apreciar los pequeños detalles cotidianos que son al final los más grandiosos porque los guarda la memoria sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo. Pasear es escribir de lo que vamos viendo.

Esteban Rodríguez García ha escrito un libro que pasea por los barrios y se acerca a las personas y a muchos pequeños detalles aparentemente poco importantes de Las Palmas de Gran Canaria. Lo que narra, además, lo ilustra en cada capítulo el pintor Felipe Juan con el colorido y con esa pincelada que a veces eterniza un momento con más precisión evocadora que una fotografía. Esteban tiene la mirada limpia de la buena gente, y el recuerdo sin resentimientos y sin quejas lastimeras. Me gusta su manera de contar y de contarnos desde el detalle pequeño, con los ojos de aquel niño que llegaba desde El Fondillo a una ciudad que le parecía un espacio casi fantástico e inabordable. En el libro, titulado A Pie, la ciudad que construimos entre todos, Esteban redescubre olores y personajes, o se acerca a la sociología y a los sueños de unos años que nos parecen mentira, si los miramos a través del catalejo tecnológico, que estén tan próximos en el tiempo y tan lejos de toda la sofisticación actual. En el libro se recuperan muchas de esas vivencias del pasado, pero el autor lo hace en todo momento sin caer en el lamento por lo perdido o lo que ha ido cambiando en los paisajes y en la gente. Hay un afán de compartir la aventura de la vida y un empeño por valorar lo que la capital grancanaria no enseña a los ojos de los visitantes o a las miradas de quienes han nacido en ella en los últimos treinta años y no conocen ni el origen de sus calles, ni el porqué de un trazado de una plaza o un parque, ni a todos aquellos que fueron escribiendo su biografía sin más intención que salir adelante con esa bendita alegría de las victorias que no aparecen en ninguna parte.

La ciudad ha cambiado mucho desde aquellos años de piratas y arenales, pero en el fondo la habitamos como quien habita un escenario en el que interpretar ese papel que tratamos de perfeccionar al mismo tiempo que aprendemos a valorar lo que los otros hicieron antes. Cada casa nos cuenta siempre la vida de alguien.