Un peplo quiebra el aire. Se diría
que es un ave la música que canta
henchida de la noche y se levanta,
tenue cristal en trizas todavía.
El olifante suena. En la abadía
del alma duelen ecos de taranta.
Íntima el aria ahíla y agiganta
un ruego sacro en el violín del día.
Hiere el alba canora. Vuela –pura
en claridad– la voz y paraliza
todo rumor por si al silencio ofende.
Del pecho sangra miel la arboladura.
¡Oh pájaro sonoro, cauteriza
el corazón y mi latir suspende!.
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(*) Sobre la “Tercera canción de Ellen”,
“lied” de F. Schubert.