Cuando él se fue paró el tiempo,
ya no quise más usar relojes.
Sus ojos de melaza entristecieron,
en los míos el musgo quedó inerte
pues las aguas que antes los poblaban
derramadas y tristes fenecían
al correr, desdichadas, por el rostro
huérfano de sus besos y caricias.
Le busco cada noche en su almohada,
mi mano aún recuerda cada pliegue
de su desnuda piel, ansiando vida,
queriendo hallar lo absurdo de su ausencia.
Aún no le dije adiós, ansié su vuelta,
sabiendo que sólo es una quimera,
un sueño, un febril deseo enamorado.