Cerró los ojos, no deseaba abrirlos nunca más.
Bajo el edredón que la cubría seguía sintiendo frío, un frío que se había agarrado con fuerza, mucha fuerza, a sus huesos años atrás.
Habían pasado los días, los años, sin apenas vivirlos. Dejó atrás sus planes de vida, su ilusión por viajar a París, Sidney, Londres, Viena, Salzburgo, Roma… Apenas había salido de la isla donde vivía.
Sentía frío, un frío intenso, un frío que la paralizó el día en que descubrió que su marido tenía una segunda vida. Al principio no supo cómo reaccionar, es más, no pudo reaccionar.
Cuando quiso darse cuenta de cuál era su verdadera situación él la había dejado, se sentía “atado”, se sentía “observado”, “controlado” por su esposa, que constantemente le llamaba por teléfono para saber dónde estaba, a qué hora iba a llegar a casa, con quién era esa reunión en la tarde. Hizo una pequeña maleta para ir de viaje laboral a la isla vecina y ya no volvió más a casa.
Ella tejía y tejía mientras esperaba. Se sentía tan sola que llenó la casa de animales: dos pájaros, un perro, dos gatos, una tortuga… Con el tiempo lo que fue un hogar se había convertido en un zoológico pues ya eran decenas los canarios que poseía y por la casa pululaban más de 17 animales de cuatro patas.
¿Enloqueció? Quizás fue eso, enloqueció de dolor, sus huesos no la sostenían, tiritaban de dolor. El corazón se enfrió tanto que al llegar a cierta temperatura bajo cero se desquebrajó.
Cerró los ojos, prefirió pensar que aún era aquel último seis de enero que pasaron juntos, con la casa llena de luces y de ilusiones, con anotaciones en la agenda sobre el próximo viaje que harían juntos, de París en primavera, sí, de Juan en los Campos Elíseos, tal y como aparece en la foto que está en su mesa de noche, esa foto rota, de la que sólo guarda la mitad y donde ella no está.
Cerró los ojos, respiró con profundidad el aire viciado por el frío que hacía en la habitación y que ya no volvió a exhalar.
Cerró los ojos y comenzó a viajar, ahora ya podía ver la Torre Eiffel. Esta vez Juan no estaba allí.
Inma Flores ©