Apaga el gran estruendo, el ruido que hoy azota mis oídos, ese ir y venir de palabras descompuestas; las mentiras a modo de cizalla rompiendo, triturando los quereres.
Abraza con tu cuerpo la desnudez de mi alma.
Me mostraré ante ti sencilla como el agua que mana en la montaña y presta va a su río, regalando la vida tras su paso.
Como lágrimas tristes, lamiendo las heridas putrefactas, limpiando todo hedor innecesario, sanando con su sal.
Beberé de tus labios la certeza de que el aquí y el ahora son presentes.
Besaré tu cuello, a modo de esperanza, y tú me abrazarás tan fuerte que se romperán todos los miedos.
Viviré de nuevo, cada día, a cada instante. Quedarán atrás viejas sombras y heridas olvidadas.
Alzaré nuevamente la certeza de que la vida sí tiene sentido y me asiré de ti, de tu cintura; será tu cuerpo quien me encienda y tu voz, tu mirar, la fuerza del deseo, que alimentará de nuevo la quimera.
Mi cuerpo se alzará, ilusionado, temblando al son tu voz será música que despierte mis sentidos.
Y te miro, penetras en mi por la pupila. Rígido quedó el recuerdo.
Los ahora, placeres encendidos, el roce de tu pecho sobre el abismo de mi espalda, y las enredaderas de tus piernas ciñendo fuertemente mi cintura, mientras siembras de ardiente escarcha cada poro…, los pliegues de mi piel me devuelven la vida arrebatada.
Las ansias hoy quedaron encendidas por tu boca, hambrienta de placer.
Ahora lo comprendo la llama del deseo aún sigue viva latiendo eternamente en el volcán, urgida por tu voz, a la deriva.
Inma Flores © |