No hay nada como mantener nuestras tradiciones, esas que hemos heredado de nuestros padres, de nuestros abuelos, y que ellos también heredaron de sus progenitores.
A veces importamos tradiciones ajenas porque nos parecen divertidas, pero… ¿qué opinarían nuestros hijos si les damos de merendar o cenar lo que teníamos de niños (a veces lo poco que teníamos) y que nos parecía un manjar, ¿les parecería también divertido? Seguro que sí.
¿Recuerdan el olor a cochafizco, a castaña asada, a gofio tostado? ¿Recuerdan las casas oliendo a incienso? ¿y las velas que se encendían a las ánimas por nuestras abuelas en el patio del hogar, o en la cocina? ¿Y beber la fresca agua destilada en el bernegal tras filtrarse a través de los culandrillos? Era algo normal coger un vaso e ir a la talla a llenarlo de agua fresquita.
El 31 de octubre está de moda vestir de bruja o con un esqueleto pintando, llevar una calabaza en las manos, pero ¿no sería hermoso vestir como lo hacían las gentes de nuestra tierra cuando honraban a los difuntos? Se hacía en las casas, se velaban sus cuerpos en la misma cama donde habían nacido, engendrado sus hijos, tejidos los sueños, e incluso donde habían lidiado con los miedos para luego, al alba, ser esas personas bonachonas y honradas que todos recordamos.
Este miércoles pudimos disfrutar del VI BAILE DE FINAOS organizado en la sede de A.C.F. Surco y Arado, junto a la A.F.C. Rumantela y los relatos y poemas de la asociación de escritores-as Palabra y Verso. Fue un acto entrañable, donde nada más entrar podías disfrutar del intenso olor a incienso, ese que te transportaba al hogar de la niñez la tarde del sábado, tras realizar la limpieza por toda la casa. En la alcoba de la izquierda estaban velando a un difunto, sin que faltase el crucifijo, las velas a las ánimas, y muchos detalles más. En el patio, ¿cómo no?, no faltaba el tallero, con el bernegal, la taza de barro y la loza antigua, bien ornamentada. En la cocina estaba el tallero bien cargado de loza, se freía el cochafizco y, el gofio con azúcar, con la receta de doña Matilde Santana. A la derecha de la vivienda, en otro cuarto, estaban las costureras, esas señoras que con alas en los dedos calan bordados y realizan preciosos vestidos de otras épocas, pero que rescatamos en días como éste.
En el cuarto de baño no podía faltar el jabón lagarto, con su aroma, ¿lo recuerdan? Cierra los ojos, inhala, estoy segura de que te aún te llega su olor.
En la parte superior de la casa, tras subir las escaleras, había música canaria, ambiente isleño de otros tiempos a la que se accedía desde el patio originario de la vivienda. Junto a él había un gran patio donde se tocaba, cantaba, bailaba, recitaba, charlaba… parecía que estabas viviendo otra historia con la gente de siempre, con la sonrisa bonachona que tenemos en las islas. Tras la última puerta que encontrábamos había un solar donde se asaban las castañas y uno se podía refrescar un poco a la intemperie, también mirar al cielo, para comprobar que nuestra estrella, nuestras estrellas, esas que ya partieron a otros lares, continúan brillando allá a lo lejos.
¿Y si en este otoño les damos a merendar a los niños el gofio con azúcar que preparaba la hija de doña Matilde Santana? El principal ingrediente es el amor, y ese todos lo tenemos. Luego se pone un poco de aceite en una sartén (mejor que sea de girasol, que es menos espeso que el de oliva) y freímos garepas de cáscara de limón, muy finas, sólo la parte amarilla. Cuando ya se comienza a hacer o a dorar añadimos gofio, del moreno, y vamos removiendo. También azúcar, y lo mismo, hasta que todo se queda como una masa con algunos grumos. Dejamos enfriar y a disfrutar de ello. Esto es lo que hace más de 60 años algunas personas tenían para su almuerzo cuando iban a trabajar en las tierras. Hoy lo podemos tomar como una golosina.
¿Y qué les parece el disfrutar del cochafizco? Sí, ese millo frito tan exquisito. Se desgrana la piña, intentando que el millo no sea excesivamente duro. Se fríe en la sartén con muy poca aceite, hasta que esté un poco dorado, y se le añade sal fina al terminar ¿a quién no se le hace la boca agua?
Doña Carmen García Mateos, de Los Qujintana, nos dio la receta del Turrón de gofio, que estaba exquisito, como el resto de los manjares de los que pudimos disfrutar la noche previa al día de todos los Santos ( y que pueden ver en las fotos que acompañan). ¿Te animas a prepararla? Necesitas un paquete de gofio de millo quemado (oscurito, me dijo que era de San Pedro, de la Atalaya), 300 gr. de miel de la Virgen del Carmen, un bote de leche condesada de los pequeños (400 gr.) y un paquete de almendras picadas. Primero mezclamos la miel, la leche condesada y las almendras. Luego añadimos la mitad del gofio y vamos mezclando hasta tener una masa fácil de manejar; al final añadimos el resto del kilo de gofio y dejamos enfriar un poco para dar forma de churro a la masa, ponerla dentro de papel de aluminio y meter en la nevera, como mínimo una hora, con la finalidad de que se endurezca. Cuando lo sacamos del refrigerador usamos un cuchillo que previamente hemos introducido en agua caliente para que sea más fácil el corte y quede limpio, con una hermosa forma de galleta. ¿quién se anima?
Espero haberles abierto el apetito de los recuerdos, y que muchos de ustedes se animen a seguir celebrando cada 31 de octubre como el día de los “finaos”, y que algún día, quizás, nuestras costumbres se exporten fuera de nuestras fronteras isleñas.
Aquí les dejo con algunas fotos del acto, además de sumar las de Antonio Alí, magnífico reportero y gran persona.
Inma Flores. Noviembre de 2018.
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