Voces mudas por Inma Flores

Se acabó de duchar con agua muy  caliente; estaba relajada y envolvió su melena en una toalla. Acto seguido se embadurnó de aceite aromática todo el cuerpo, mientras lo acariciaba suavemente, para comenzar a secar sus cabellos con posterioridad, siguiendo las pautas con las que lo hacía cada día, consiguiendo así dominar esos rizos que no le gustaban.

Mientras realizaba su ritual  apenas se miraba al espejo. Tampoco lo hacía al colocar la lencería blanca  que había escogido en su lugar, subir unas medias de seda por sus piernas, bien torneadas, a pesar de tener ya más de diez lustros.

Se puso su blusa favorita, llena de encajes y con un generoso escote, y una falda de tubo a juego. Parecía que el reloj se había retrasado vente años, pues aquella treintañera que reflejaba el cristal de su armario estaba llena de energía y sus ojos desprendían un brillo inusual.

Esa tarde se maquilló con un cuidado especial, mezclando tonos terrosos con malvas y rosas. Pintó el contorno de sus labios y luego los maquilló con dos barras de diferentes tonalidades, incrementado así el volumen de su carnosa y apetecible boca.

Ya eran las seis y media de la tarde. Tomó un taxi y se dirigió al lugar en el que había quedado con un hombre misterioso que la había enamorado a través de su voz. Sólo conocía un detalle: le gustaba vestir de azul marino y llevaba un sombrero. Llegó puntual, a las siete de la tarde; se sentó y pidió un café que se hizo eterno. Sorbo a sorbo fue consumiendo la primera media hora, pero no estaba dispuesta a regalar más tiempo de su vida. Pidió la cuenta, apagó su teléfono móvil,  y se fue de allí, rumbo al local de moda donde habían quedado sus amigas.

Cuando llegó allí ellas apenas acababan de sentarse:

-¡Hola! ¿Qué tarde han quedado hoy, no?- preguntó.

-Otra a la que se le ha olvidado retrasar el reloj- comentó Clara, una de sus amigas.

En ese instante comprendió su equivocación. Ya era tarde para volver atrás. Pidió una suculenta hamburguesa acompañada de salsas de todos los colores, algo que su médico le había prohibido pues las últimas analíticas no estaban muy bien.

A menudo se sentía tan vacía que no paraba de llenar y llenar ese abismo en el que se habían convertido sus miedos. Esa necesidad la estaba convirtiendo en un “algo”, dejando de ser persona.

Inma Flores ©

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