Es don Ángel Marquina y Corrales (nacido en Huidobro -Burgos- en 1859) uno de los obispos de los que han regido nuestra diócesis que más unidos han estado a nuestra Villa y sus afanes. La razón primera que, hace más de 100 años y recién llegado a la isla, comenzó esta sentida y singular relación con Teror, se sumó de inmediato a la propuesta de declaración de la Virgen del Pino como Patrona Principal, surgida del cariño profundo que siempre profesó a su Diócesis, a Teror, y, sobremanera, a Nuestra Señora del Pino desde un primer momento. Aquel obispo natural de Burgos que el terorense Ignacio Quintana definiera como “…un castellano viejo de recia solera y pura burgalesa, franco, locuaz, fácil de elocuencia y de limpia pronunciación castellana,…generoso, afectuoso, confiado, sincero, no entendía de duplicidades y disimulos…. muy trabajador, muy celoso, muy sencillo…” persistió en sus querencias terorenses y así, dos años más tarde, consiguió también la declaración del Santuario del Pino como Basílica Menor.
Y fue precisamente la tarde del dos de febrero de 1916, cuando, como muestra de agradecimiento del pueblo terorense -tras la Pontifical presidida por él mismo y asistencia de los sacerdotes de toda la isla y comisión del Cabildo Catedral- don Ángel con los hombres y mujeres de la Villa y sus autoridades, descubrió la lápida que desde entonces da nombre a la calle que discurre por la fachada al Naciente de la Basílica. La crónica dejó constancia de la emoción del momento con estas palabras: “Su Ilustrísima entonces, para dar, conmovido, las gracias por el homenaje, pronunció uno de los discursos más bellos e inspirados que le hemos oído”…
Esta calle tenía entonces una peculiar fisonomía que le daba el discurrir en casi toda su longitud el muro construido sobre 1810, en una de las muchas obras de consolidación de los alrededores del edificio con la intención de paliar su progresivo deterioro que mantuvo en vilo a la clerecía terorense durante más de dos siglos.
Es calle seductora y, junto a la Plaza de Nª Sª del Pino, la calle de la Iglesia Chica y la Alameda, forman el perfecto marco que desde el siglo XVIII -momento de su configuración- da cobijo, resplandor y vistosidad al mercadillo dominical y a las festivas celebraciones con que cada septiembre la diócesis mueve honor y fiesta a su Excelsa Patrona.