“EL MIÉRCOLES DE CENIZA SE DESPIDEN LOS AMANTES Y LA MAÑANA DE PASCUA VUELVEN A LO QUE ERAN ANTES

O al menos así era antaño; que cuando el cura nos recordaba nuestra mortal condición (Memento homo quia pulvis es, et in pulveris reverteris) ya quedaba clarito que se acababan los desenfrenos, las malas inclinaciones, los pecados de la carne y aquello que nunca supe muy bien a qué se referían y que llamaban apetitos desordenados.

Al menos durante cuarenta días, que tal como dice la copla, luego se volvía a lo de antes. Hoy muchos toman la opción contraria: se reafirman en que el tiempo que disfrutan de los placeres terrenales es muy poco, por lo que hay que apurar al máximo las posibilidades, y si al final es verdad que en polvo nos convertiremos, pues que lo que se han de comer los gusanos que lo aprovechen los humanos al menos mientras las fuerzas no mengüen.

El carnaval tenía entonces ese aire de entronque rural, en el que para el ocultamiento del disfraz se aprovechaba lo viejo, lo caduco, lo inservible. Por ello, por esa simpleza en las pretensiones, el carnaval logró pervivir en los campos canarios pese a las prohibiciones de tantos años de intransigencia ante estas fiestas y las cantinelas del ¿Me conoces, mascarita? y ¡Una peseta o un huevito! no dejaron de oírse. Esta cuestación de dinero, que viene de la antigua “fisca” que se pedía en siglos pasados, se solicitaba para continuar tradiciones relacionadas con ritos culinarios de estas fechas en las que era costumbre pedir la comida que se iba a consumir con motivo de la fiesta. Como afirma Caro Baroja, en carnaval no había freno y el pecado de la gula era el que se consideraba como antitético de la abstinencia y el ayuno. El carnaval reglamentaba así la gula porque imponía el comer determinadas cosas, en general de mucha sustancia, además del modo de comerlas.

Con el Miércoles de Ceniza llegaba el fin de los excesos del carnaval, el quemar los cordones de San Blas, la abstinencia cuaresmal, que dejaba su marca en toda la vida y donde hasta los gallos se separaban de las gallinas; y así los simples e inocentes (en este caso, las gallináceas), como ocurre siempre, pagaban las ocurrencias de los poderosos.

Pero como no hay mal que por bien no venga, luego venía la acrecentada alegría del rencuentro.

¿Se imaginan los gallineros, discotecas, reconciliaciones, amoríos, toqueteos….. después de Pascua de Resurrección, tras más de un mes de “abstinencia”????

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