HISTORIA DE LA DEVOCIÓN A LAS NIEVES EN MARZAGÁN por José Luis Yáñez Rodríguez

La devoción a Nuestra Señora de las Nieves se implantó en el barrio capitalino de Marzagán en el siglo XVIII a raíz de la decisión de Miguel Marcelino García, soriano asentado en Gran Canaria, de fundar una ermita en honor a la Virgen en la advocación a la que él tenía especial fervor: Nuestra Señora Santa María la Blanca. Don Miguel era natural de la villa de Cabrejas del Pinar en Soria, donde nació el 26 de abril de 1721, hijo de don Santos Antonio García Cabrejas y de doña Inés Anguiano Pérez. Su tío don Juan García Cabrejas, escribano de su Majestad, sirvió de padrino. En 1753 ya residía en la isla y compraba a las hermanas Josefa, Rosalía y Sebastiana Castrillo un fundo “en el Valle de Ginamar” con higueras y algodoneros, heredado de su abuela Sebastiana Castrillo, que posteriormente plantó de viña y arboleda y en el que fabricó casas para la hacienda. El nueve de agosto de 1763 solicitaba al obispo autorización para fabricar en esta misma hacienda un oratorio público, con campana y puerta al camino, para colocar “la Ymagen de María Ssma. Nra. Señora, con el Titulo de Nra. Sra. de la Blanca, que se venera en la Villa de Cabrexas del Pinar, obispado de Osma, de mi naturaleza, y de mi espesial devocion, de que tengo retrato,…” Para dotarla, requisito imprescindible antes de la autorización episcopal, levantó escritura el veintisiete del mismo mes en la que hipotecaba las nombradas tierras de Marzagán como garantía. Catalina de Lezcano y Mujica, con quien contrajo matrimonio el mismo año en el Sagrario de Las Palmas, declaraba en la escritura de hipoteca de bienes que realizó en 1783 cuál había sido la intención inicial de su marido y el motivo de la misma: “… que por cuanto el expresado mi marido tenía una cordial devoción con María Santíssima Nuestra Señora vajo el título de las Nieves que en el Reyno de Andalucía de donde era natural se venera con el de Sta. María la Blanca y con fervorosos deseos de adelantar su culto en esta Ysla, dispuso fabricar una Hermita publica dedicada á este Piadoso fin en el Pago de Marzagán junto á la Hacienda de viña y Arboleda que allí teníamos…”

En realidad, la devoción procedía de la misma villa donde había nacido, y en la que se venera desde el siglo XII o XIII una interesante imagen de Nuestra Señora de la Blanca. Para llevar adelante su deseo, don Miguel solicitó al Cabildo de la isla le vendiera a censo un sitio donde proceder a erigir la ermita: “… de Nuestra Señora con el título de la Blanca, sacristía y casa para el sujeto que cuide del aseo de dicha Santa Ymagen, con la plaza correspondiente en el Llano del Serrillo, donde llaman Marzagán”

La venta se efectuó al mes siguiente de la autorización para erigir la ermita, el 15 de septiembre de 1763. No obstante, es denunciado posteriormente por el Fiscal de S.M. y el procurador mayor del Cabildo “por haverse introducido en terrenos del monte Lentiscal” y usurpar mayor cantidad de terrenos de los que se le habían concedido. Por auto de agosto de 1768 se le condenó a la restitución de las tierras concedidas en un primer momento y de las que él se había apropiado ilegalmente, conservándole únicamente la posesión de once celemines y medio. Miguel Marcelino falleció el dos de julio de 1782 sin poder ver cumplida su intención, por lo que su viuda y su hermano Juan Manuel Marcelino solicitaron licencia al obispo Fray Joaquín de Herrera y comenzaron la construcción que ya en febrero de 1783 se encontraba iniciada y que presumiblemente se acabó al año siguiente.

Esta primera ermita, de sencilla construcción y muy escasa dotación de enseres, presentaba en su testero principal únicamente el cuadro de la Virgen Blanca, sin retablo y encima de un altar el que se situaban dos pequeñas imágenes: una de Nuestra Señora con el Niño, otra de San Juan Bautista y un crucifijo.

La pintura representa a la imagen de Nuestra Señora de la Blanca que se venera aún en la actualidad en la villa de Cabrejas del Pinar, en Soria. Junto a ella, en el margen inferior izquierdo, un personaje de la época, con toda probabilidad un retrato del propio don Miguel como donante. En el margen inferior derecho la siguiente inscripción, desaparecida en parte por el deterioro que sufre la tabla: “Verdadero retratº de María SS.ma de la Blanca de la Villa de Cabregas del Pinar Obispado de Osma, el Yltmo. Sr. Dn. Jazinto Valledor Obis. de ºsma concede 40 días de indulgensias I el Exmo. Sr. Dn. Luis de Salzedo Archop.. de Sevilla concede 40 P( ) una ave María ( ) María Por este bienhechor por. Dios. Aº. de 1762 84”

La fecha de 1762 indica el año en que fue traída a la isla por el donante o realizada aquí mismo utilizando copia del grabado que se venera en el templo parroquial de San Millán de Cabrejas del Pinar y en el que también aparece una inscripción de la que se extrajo, en forma resumida, la que aparece en la pintura de Marzagán. Este grabado puede datarse fácilmente en atención a que los dos prelados en él mencionado, Jacinto Valledor y Presno y Luis de Salcedo y Azcona, rigieron sus respectivas diócesis en época muy concreta. Por ello, la obra que se encuentra en Cabrejas del Pinar fue realizada con toda seguridad en la década de 1720; y la de Marzagán en Gran Canaria a inicios de la década de 1760 a partir con toda seguridad de la litografía. La anotación con el año de 1762 indicaría la hechura de la misma y la intención de dedicarle ermita, y el número 84 el año de 1784 en que ésta habría sido concluida.

En 1811 fallece Catalina de Lezcano, y su heredero, José Falcón y Ayala, con motivo de la reclamación que le hizo Bárbara Román para que pagase anteriores deudas de la testamentaría, prefirió dejar en abandono la hacienda y la ermita en ella incluida en espera de la resolución del pleito. En 1826, José Hernández propietario de una de las fincas situadas en la zona, expuso al Obispado y al Alcalde Mayor su disposición a hacerse cargo de la administración judicial de los bienes embargados con la intención sobre todo de no continuar privando a los vecinos de Marzagán de los beneficios espirituales que la ermita de Nuestra Señora de la Blanca tenía para los mismos. El nueve de junio de ese año fue nombrado mayordomo y manifestó su intención de proceder con rapidez a realizar las obras de reparación necesarias para impedir su total deterioro.

No obstante, a su fallecimiento en 1839, el Provisor y Vicario General da cuenta nuevamente, vista la solicitud de ayuda del vecindario, de que la ermita “se hallaba en un total abandono, sin celebrarse en ella el Santo sacrificio de la misa…”; por lo que el 4 de mayo del mismo año procede a nombrar como mayordomo al presbítero Francisco María de Sosa, fraile exclaustrado del convento de San Francisco de Las Palmas tras la desamortización.

Sosa actúa con presteza en realizar la labor encomendada: el catorce de ese mes recibe las cuatro casas (tres en la calle de los Moriscos y una, de alto y bajo, en la de San Marcos de la ciudad de Las Palmas), propiedad de la mayordomía; el diecisiete visita el pago de Marzagán con la intención de inventariar los bienes de la ermita y comprobar el estado en que se encontraban la misma, las casas y la hacienda; en julio comienza las obras de reconstrucción derribando el testero del altar y posteriormente solicita le autoricen para proceder a la total demolición del edificio y su posterior reedificación, con el sobrante del rédito de sus bienes y las cantidades que debían entregar los herederos del último administrador, Domingo Gil Barreda. A cuatro de ese mes recibe asimismo un terreno en Tenoya y una cuarta de agua de la Heredad, propiedad de la mayordomía. Por fin, a 9 de julio de 1839 consigue la autorización del Obispado para que “proceda á la reedificacion de su Hermita como lo solicita”, debido al mal estado de la construcción. Pero no por eso abandona su preocupación por la mejora del edificio: en agosto del mismo año compra a Francisco Riverol una campana nueva por catorce pesos; y el diecinueve de octubre Domingo Galván cobra a la mayordomía dos pesos corrientes por retocar la pintura de Nuestra Señora y pintar el marco.

Los siguientes años se dedican a la obra de construcción de la ermita, que ya estaba concluida en 1841. Pero, no obstante, pasan los meses, y el 27 de mayo de 1842, José de Torres, alcalde de barrio de Marzagán, se queja ante el Alcalde Constitucional de Las Palmas, Bernardo González, de no estar aun celebrándose misa en el lugar. Al año siguiente, don Bernardo comunica a su vez al Obispado la indignación vecinal y solicita se le pida al presbítero que rinda cuentas de lo hecho y comience a decir misa los domingos y días festivos. Sucesivas demoras, papeleos y solicitudes concluyeron el mes de mayo de 1843 cuando se construyen los poyos de lajas de la plaza pegados a la pared de la ermita y don Agustín Alzola, maestro de carpintería, subió al barrio a colocar el retablo que él mismo “había arreglado”. Se adquieren cáliz de plata, casulla, corporales, manteles, etc; y ese mismo mes el presbítero don José Hernández reanuda, por orden del mayordomo, la vida religiosa del barrio. Entre éste y el también presbítero Juan Diego de Vega se cubrieron en los años siguientes las exigencias espirituales de los vecinos de Marzagán que por esta época ya contaba con 220 casas y se dedicaban al cultivo de viñedo, de “olivos de los denominados de Tártago” y a la siembra de cereales. Las cuentas solicitadas las terminó de rendir Rita María de Sosa, hermana del cura mayordomo y promotor de la nueva construcción, en abril de 1847 por haber fallecido éste el 18 de diciembre de 1846, quizá ya agotado por todos los avatares sufridos. El cuadro donado por el soriano Miguel Marcelino centró el culto en su retablo hasta bien entrado el siglo XX. Posteriormente se trasladó al fondo de la ermita, el retablo se adaptó y en él se colocó la imagen de las Nieves que hoy lo preside y que hasta entonces ocupaba una repisa lateral.

En la actualidad, la advocación de La Blanca se ha transformado definitivamente en Las Nieves, depende eclesiásticamente de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción de Jinamar, y celebra sus fiestas en el mes de agosto.

Curiosamente, y por decisión del vecindario, la fiesta mayor se celebra el día exacto de su onomástica: el cinco de ese mes, sin trasladarla, como es costumbre en otros lugares, al domingo siguiente.