LGTB por Pedro Lorenzo Rodríguez Reyes

Hace unas semanas en una cena de amigos se repitió una situación demasiado habitual, hablar de política. Hablamos durante largas horas, sobre variados temas y partidos, en un entorno agradable, distendido y muy divertido.

En el contexto actual de la política era inevitable que tras tocar casi todos los temas habituales surgiese VOX y la Institución Eclesiástica. Sin embargo había como cierta reserva, preocupación o incluso miedo hablar de ellos.

Si la política determina, en gran parte, nuestras condiciones sociales, culturales y nuestros derechos civiles y políticos, en definitiva nuestras vidas, me sentía capacitado para hablar de ello.

Hay un interés creciente en la situación de personas lesbianas, gays,transexuales y bisexuales. Para muchos de nosotros, esas personas LGTB no son otras que mis hermanos y hermanas, tíos y tías, amigos y vecinos o incluso nosotros mismos.

Quizá en algunas partes se vea esto como una preocupación propia del mundo “occidental”. Pero la diversidad étnica de la comunidad LGTB en Occidente –en parte porque algunos han buscado refugio o asilo allí debido a su sexualidad– demuestra que el trato a las personas LGTB concierne a la Iglesia global. Además, es cada vez mayor el número de católicos que en todo el mundo se identifican como LGTB.

Por todo ello, durante la cena abordé una cuestión de carácter terminológico. ¿Aceptaría la iglesia y la ultra derecha que las parejas homosexuales forman una “familia”? ¿Y cómo podríamos abordar estas cuestiones sin cuestionar la enseñanza de la Iglesia sobre homosexualidad o su oposición al matrimonio de personas del mismo sexo?

Permítanme sugerir tres buenas razones por las que pienso que si.

Hay muchas maneras de ser una “familia”

Dada la amplia diversidad cultural que existe en el mundo, encontramos muchos tipos de familia, aparte de la familia nuclear que forman la madre, el padre y los hijos. E históricamente han existido también muchos tipos. En la Biblia, por ejemplo, aparecen familias de las más diversas formas y tamaños.

Hoy en día, las familias no siempre se forman exclusivamente por el matrimonio, sino también por otros lazos de amor y de afecto. Por ejemplo, una madre soltera y su hija; un hombre divorciado y su hijo adoptivo; una pareja de personas divorciadas que se volvieron a casar y los hijos de ambos; una pareja de hecho con hijos; un abuelo, tío o tía que crían y educan a sus nietos o a sus sobrinos; un tutor legal y el pupilo con quien convive; o varias generaciones de adultos que comparten la vida con hermanos y primos; o una familia de hermanos y hermanas cuyos padres fallecieron. En el mundo occidental está creciendo el número de hijos que nacen de parejas no casadas. Cada uno de estos grupos se perciben a sí mismos como una familia, aunque no sea en el modo tradicional.

Puede que la Iglesia no apruebe algunas de estas situaciones. Los propios sacerdotes asumen que las familias son mucho más complejas de lo que acertamos a imaginar. Así pues, las parejas homosexuales pueden formar “familias” y merecerían ese trato.

Las parejas homosexuales son “familias”, tanto en sentido legal como emotivo

La Iglesia se opone a los matrimonios de personas del mismo sexo. Pero las parejas homosexuales están siendo reconocidas cada vez más por las autoridades civiles como familias. Los juzgados de numerosos países consideran ya a las parejas homosexuales como familias legalmente constituidas y en otros se reconoce su afinidad o parentesco. Es decir, son familias desde el punto de vista legal.

También en este tipo de familias, al igual que en las familias tradicionales, pervive el amor y alienta ese amor en la generosidad del cuidado mutuo, en el cuidado de los hijos, en el cuidado de los padres ya ancianos y de la comunidad en general. Y son capaces incluso de adoptar niños que viven en las condiciones más desfavorables y marginales. Familias como esas son ciertamente las que proporcionan al mundo un modo de estabilidad social, son comunidades de apoyo a los demás que favorecen el desarrollo de la sociedad y contribuyen al bien común.

Así pues, si la Iglesia quiere llegar eficazmente al mundo contemporáneo, tiene que atreverse a usar los términos con los que el mundo se entiende a sí mismo. Y negarse a ello arruinaría el diálogo con toda esta variedad de familias.

Las parejas homosexuales tienen hijos que necesitan también atención espiritual. La oposición de la Iglesia a los matrimonios homosexuales es evidente. Pero incluso si se han casado sin el beneplácito de la Iglesia, unos padres o madres homosexuales realizan básicamente las mismas actividades que otros padres y madres: quieren a sus hijos, les proporcionan educación y cuidados y se esfuerzan por ayudarles a llegar a ser las personas que Dios quiere que sean.

Y también quieren que sus hijos formen parte de la Iglesia. Estas parejas homosexuales católicas bautizan a sus hijos, los llevan a Misa, los enseñan a rezar, los llevan a la catequesis o a las clases de Religión, les llena de alegría que reciban los sacramentos y desean para sus hijos esa fuente espiritual de gracias que es la Iglesia. Todo esto no puede ser más que fruto de una fe y de la gracia de Dios que actúa en el corazón de estos padres.

Incluso en situaciones en que los católicos LGTB han sido heridos o menospreciados por la Iglesia, muchos siguen queriendo educar a sus hijos en la fe, lo que desde luego constituye una inconfundible muestra de la gracia de Dios en ellos. Es esta una poderosa fuente de vitalidad para el Cuerpo Místico de Cristo y es muy importante que la Iglesia así lo reconozca y lo asuma. También los hijos de estas parejas se ven naturalmente a sí mismos como parte de una familia. Sostener lo contrario supone arriesgarse a que estos niños y jóvenes se sientan excluidos en su propia Iglesia.

En la familia es el lugar donde los hijos aprenden las primeras ideas sobre Dios y sobre el amor. Por ello, quizá la mejor razón para usar el término “familia” para estas parejas y para sus hijos es que son lugares donde se vive y se experimenta el amor.