Paseando estos días por los paisajes de mi pueblo, y de la mano de quien mejor la conoce, mi madre, las calles por las que yo transitaba en mi infancia, calles que cada día están más desoladas, con las puertas cerradas y los balcones vacíos, sin aquellos geranios, reconstruidos a base de esquejes que se pedían las mujeres unas a otras, como el que pide un poco de sal, un diente de ajo o de pimentón para dar color a la sopa.
Antes, los vecinos, eran como la propia familia. Cruzábamos la calle, sin miedo a los coches, que apenas había, y entrábamos en nuestras casas sin pedir permiso, corriendo y gritando el nombre del amigo. Está en el comedor, o arriba, nos contestaba una voz desde la cocina del fondo de nuestras estrechas casas. Y si estaba enfermo, o recién operado, nos sentábamos sobre la cama y pasábamos horas hablando. Éramos pobres, pero disfrutábamos con poco o con nada, a base de creatividad e ilusiones.
Aquí ahora estamos todos, ya más mayores, aquellos que recordamos con nostalgia las relaciones de la familia, la vecindad, los que vemos como el tiempo se nos pasa, y vamos cerrando capítulos de nuestro libro de la vida, y muchos de los que queremos ya no salen en los nuevos.
Los anclajes de la familia, de los vecinos, construían o daban fuertes matices a nuestra personalidad. Vivíamos juntos: el sufrimiento, las ilusiones, la vivencia de la fe, las contrariedades, la diversión y toda la bondad e integridad que había en nuestras personas mayores, nos configuraron más que cualquier libro, que cualquier viaje…
Recordamos a algunas mujeres, que por su avanzada edad, por sus limitaciones y carencias de todo tipo, no les será posible recuperar parte del tiempo entregado. A ellas, al menos la sociedad les debe un reconocimiento explícito como miembros de una generación que lo dieron todo a otros de forma gratuita y con muy escasas gratificaciones. Reconocimiento callado y solitario papel en la función social de cuidados que podría concretarse en la prestación de unos servicios adecuados a sus necesidades y prestados por profesionales que las conozcan, respeten y las traten con dignidad que estas mujeres merecen.
Nosotros que ahora, no tenemos tiempo para nada y poseemos casi todo, ahora que necesitamos más que nunca un abrazo o que nos escuchen un rato, nuestra familia, amigos y vecinos se asoman a la pantalla de nuestro móvil respondiéndonos con un emoticono.