Amaré de tus ojos el reflejo que al fulgor de la mies del mediodia urda el tornar del ala de las aves en tu fértil pupila acogedora. Y el terciopelo de tu voz y el grito con que aspira tu piel la madrugada. Ceñiré tu cintura y las amantes palomas de tus manos con las mías. Seré la sobretarde que te alumbre nuestra alameda íntima. Seré tu albor de manantial, porque germinen con tus dedos de luz simientes ávidas del amor sin final sobre mi sueño. Amaré tu volar eternamente allí donde me lleve con su lluvia, sin que importe ni el rumbo ni el destino; la inflorescencia alada de tus besos, aves alzando al roce de tu boca la desnuda ribera de tu alma. Amaré cobijarte entre mis brazos de la intemperie de la tarde; todo cuanto desde la aurora me convoque tu corazón y su latido libre; tu sed de vida abriendo los postigos de par en par al aire que amanece. Amaré tu calor en la alta noche, tu aliento en el latir de mi sigilo cuando, insomne, te vele como un faro. Hasta amaré tu ausencia y su dolor varado de distancia, porque entonces sabré que soy en ti cuando te pienso. Te amaré más allá de toda hora, más allá del olvido, cada noche que atraviese los riscos de la espera desde el umbral del mundo, si me amas. |