Me voy a atrever a relatarles esta amarga experiencia que tuvo que sufrir la familia de mi esposa. Espero que ningún familiar que pudiera leerla se enfade conmigo pues no hay nada que pueda avergonzarles, pues ellos no fueron culpables de lo que sucedió, sino todo lo contrario. Con ello también quiero resaltar el amor irrenunciable de unos padres, sobre todo de la madre. Vaya mi más alta admiración por ella, a la que quise como a una madre.

Así pues, esta vivencia que les voy a relatar no es graciosa, ni va a producir ninguna sonrisa, pues la verdad es que es una historia muy triste, en la que se refleja el inmenso dolor de esta familia y sobre todo, repito, de su madre. Dolor que se podría haber evitado con unas simples letras.

Los hechos en cuestión se iniciaron en el año 1956. Era una familia numerosa que vivía en Gáldar. El marido, maestro Pancho, trabajaba de Encargado de unas fincas de plataneras. También él tenía dos pequeñas fincas de unos ocho o diez celemines plantadas de plataneras que ayudaban en los gastos de su numerosa familia. En una de las fincas tenía una vaca y un par de cabras, que garantizaban la leche para aquella familia tan numerosa. Su esposa, doña Juana, se cuidaba de la casa y de cuidar a su prole que la formaban nada más y nada menos que once hijos. Pero a pesar de todas las estrecheces que se pueden suponer en una familia tan grande y en la época de la posguerra, era una familia feliz.

Eran tantos que las comidas, sobre todo el almuerzo, se dividía en tres partes pues además todos juntos no cabían en la mesa, aunque también había otro motivo. Les explico: en primer lugar comían el padre y los mayores porque ya estaban trabajando y tenían que irse pronto para continuar con la jornada de tarde. En segundo lugar comían los más pequeños. Y en tercer lugar comía la madre. Un día les dice la madre a los pequeñines que el queso que había era tan poco que casi era para olerlo, pues la comida que había ese día era potaje de verduras con gofio. Ella les partió un poquito de queso a cada uno y se fue a fregar la losa del primer turno. Cuando los niños terminaron de comer y llevaron su plato al fregadero, entonces, como ya dije, le tocaba el turno de comer a ella, no sin antes preguntar si habían comido todos. Luego, cuando la madre, una vez hubo comido, quito el mantel de la mesa se encontró con todos los pedacitos de queso que estaban debajo de él. Los pobres angelitos solo lo habían olido. La madre emocionada les dijo que se lo podían comer.

Los hijos de esta familia lo componían cinco varones y seis hembras. Cuando ocurre esta historia ya trabajaban tres varones y dos hembras, todos mayores de edad. Por tanto los pequeños del segundo turno eran seis, cuatro hembras y dos varones.

Los tres varones y una de las chicas trabajaban en las plataneras con su padre y la otra chica en un almacén de empaquetado. Uno de los tres chicos  llamado José tenía novia en la Atalaya de Guía desde hacía varios años y se iban a casar muy pronto, motivo por el cual su novia tenía ya preparado su ajuar y su traje de novia.

Pues bien, un día José le pide permiso a su padre, que como dije era el encargado o mayordomo de la finca, y le dice que necesitaba ir a Las Palmas a comprar algo. Así que al día siguiente se fue a Las Palmas en el coche de hora y no volvieron a saber nada de él hasta pasados ¡doce años!. Increíble pero así fue. Por eso decía al principio que fue un dolor cruel y sin sentido pues se hubiera arreglado con una simple carta, pero pasan los días, los meses, los años y de José no se sabe nada. Una de las hijas fue a La Atalaya a ver si su novia sabía algo, pero ella tampoco sabía nada. También estaba muy triste y no lo entendía. Toda la familia ya lo daba por muerto menos su madre. Siempre le quedaba la esperanza de volverlo a ver.

En aquella época muchos jóvenes se iban a la Isla de La Palma a trabajar, pues había mucha demanda de trabajo sobre todo en las fincas de plataneras. Alguien se lo dice a doña Juana y sin darle muchas vueltas se fue con una de las hijas, Inmaculada que por entonces tenía dieciséis años, a La Palma y con una foto de su hijo José se recorrió gran parte de las fincas de plataneras preguntando a todos si habían visto a su hijo. Las respuestas fueron todas negativas, volviendo las dos desilusionadas para su casa en Gáldar.

Años más tarde le dijeron a doña Juana que un chico que había regresado de la Palma creía haber visto a alguien que o era José o se parecía mucho a él. Pues también sin pensárselo mucho se va otra vez con su hija Inmaculada a La Palma y repite la misma ruta que la vez anterior con la foto de su hijo en la mano. Las respuestas también fueron las mismas, todas negativas. Regresaron más desilusionadas que nunca pues esta vez se habían hecho muchas ilusiones de encontrarle.

A partir de aquí todos empezaron a creer que a José le había pasado algo en Las Palmas y que había fallecido. Habían pasado ya más de cuatro años. Así que era lo más lógico porque como se podía pensar que un hombre, un hijo, en vísperas de su boda por añadidura, podía estar vivo sin dar noticias en todo ese tiempo?. Era absurdo pensar que estuviera vivo. Doña Juana encargó misas y todo lo concerniente para despedir a un difunto. Pero ella siempre tenía algo en su subconsciente que no le dejaba cerrar la muerte de su hijo al cien por cien, pues su cadáver, decía, no había aparecido.

Cuando yo conocí a Inmaculada a principios de 1962, luego fue mi esposa, hacía seis años que José había desaparecido. Y, naturalmente, fue ella quien me contó toda esta historia. A partir de ahí yo la fui viviendo también al pasar a formar parte de esa familia.

Y así pasaron doce años hasta que un día una de las hijas recibió una carta de Lima, Perú, con el remite de José. Se fue a volver loca. La abrió inmediatamente con sus manos temblorosas de los nervios y la leyó y releyó y releyó…… No se podía creer que su hermano estuviera vivo. Se fue corriendo a la casa de otra hermana que vivía al lado, y le enseño la carta abrazándose las dos y llorando de la inmensa alegría. Así se lo fueron diciendo a todos los hermanos y tenían miedo de darle la noticia a sus padres, sobre todo a su madre, pues temían que les diera algo. Al final se lo fueron diciendo de la mejor manera que podían y la pobre doña Juana se santiguaba continuamente dándole gracias a Dios al tiempo que repetía una y otra vez: «Yo sabía que mi hijo no había muerto», sin parar de llorar de tanta alegría.

Cuando llego su marido del trabajo, por la tardecita, se lo dicen y le leen también la carta, pues era analfabeto como tantos en aquella época. Había que ver a ese hombretón llorando también de la inmensa alegría al tiempo que repetía que cuanta razón tenía su mujer que siempre tenía una esperanza en su cabeza.

Maestro Pancho, o Panchito como solían llamarle, se lavó, se puso una ropa limpia y echándose la carta en el bolsillo de la chaqueta se fue para el pueblo diciéndole a todos los conocidos que iba encontrando: «Mi hijo José esta vivo», al tiempo que les enseñaba la carta que se la sabía de memoria de todas las veces que se la habían leído sus hijos a petición suya.

Pero en que cabeza cabe que una persona desaparezca y este doce años sin decir una palabra a su familia de su existencia?. Es algo inexplicable digno de un profundo análisis psicológico.

Bien, pues le contestaron la carta inmediatamente y el escribió de nuevo contando como vivía allí y que le gustaría venir para acá pero que no tenía dinero para el billete de avión. Maestro Pancho, después de hablarlo con su esposa, pidió un adelanto en el almacén que le compraba los plátanos de su finca y le compraron el billete de avión y le mandaron un giro postal por una pequeña cantidad para que tuviera para los pequeños gastos del viaje.

Y así llego el gran día en que José entró en la casa de sus padres después de más de doce años de haber salido de ella. El hijo pródigo. Todos se abrazaban a él llorando de alegría. Él se abrazó de su madre y no había quien los despegara llorando los dos a lágrima viva; la madre por la inmensa alegría de verlo sano y salvo y las de él, quiero suponer, que eran de arrepentimiento por el sufrimiento tan grande, inhumano, que le hizo pasar a toda su familia. En esa fecha, mi esposa Inmaculada, estaba embarazada de nuestra hija Sonia, y apenas se acordaba de ella. Tampoco reconoció a los dos más pequeños pues los dejo niños y los encontró hombre y mujer. También pregunto por unos de los hermanos pequeños que no veía, pues había fallecido unos año antes de leucemia.

Lo instalaron en la casa y empezó a buscar trabajo en la misma actividad que tenía en Lima, empleado en comercio de tejidos. Lo busco en Gáldar, en los pueblos de los alrededores e incluso en la ciudad de Las Palmas, pero no lo encontró en ningún sitio y él no estaba dispuesto a volver a trabajar en las plataneras que era en donde único le habían ofrecido trabajo. Lógicamente su padre.

Nosotros vivíamos en San Roque de Guía y frecuentemente le iba a buscar para llevarlo para la capital. Un día cuando íbamos en mi coche para Las Palmas, yo a mi trabajo y él a  buscarlo, como así lo hizo en innumerables ocasiones, le pregunté que cual fue el motivo de haber estado doce años sin dar señales de vida, que si era consciente del sufrimiento que había hecho pasar a su familia. Me contestó de manera banal que se le fue pasando el tiempo y que siempre lo dejaba para el siguiente día y así pasaron todos esos años casi sin darse cuenta. También le pregunté si había estado en la isla de La Palma. Me dijo que no. Que el mismo día que fue a Las Palmas capital se fue al muelle y se enroló en un barco que iba para Sudamérica y que desembarcó en Perú y se estableció en Lima, su capital. Le pregunté por el motivo de su marcha y entre evasivas me dijo que fueron varios, desde la vida que llevaba con un trabajo que no le gustaba y también que se había arrepentido de casarse.

Entonces, cuando se rindió de buscar empleo, que me consta lo busco con ahínco, empezó a beber en demasía y las relaciones, sobre todo con las dos hermanas solteras que también vivían en la casa familiar, se fueron deteriorando y llego un momento en que la convivencia se hacía imposible, pues las borracheras eran diarias y llegaba a altas horas de la noche, a veces con algún amigo, cayéndose y dando gritos y portazos que despertaban a toda la familia. En esas borracheras nombraba mucho a una mujer que había dejado allá.

Cuando José estaba sobrio se daba perfecta cuenta del deterioro de las relaciones con su familia, así que un día me preguntó, mientras íbamos en mi coche camino a Las Palmas, si yo creía que haría mejor volviendo a irse para Perú en vista de que aquí no encontraba trabajo y por los problemas que estaba acarreando a la familia. Ademas también me hablo de esa mujer a la que el llamaba «la gorda», con la que vivía allá y a la que estaba añorando más de lo que había previsto. Yo, después de simular que lo pensaba, pues lo tenía muy claro, le dije que yo creía que era lo mejor para todos; para él porque de la forma en que estaba viviendo se estaba matando y no podía seguir de esa manera y para su familia porque con sus borracheras y sus escándalos nocturnos la estaba destrozando. Le dije que lo pensara y que si decidía irse que me lo dijera para reunir el dinero y comprarle el billete.

Al día siguiente José lo hablo con sus padres y estos le apoyaron también en su decisión pues estaba claro para todos que la situación a la que se había llegado era ya insostenible, y ya ellos se habían consolado viendo que estaba vivo y que a partir de ahora estuviera donde estuviera se iban a comunicar periódicamente.

Así que cuando me dijo que quería volverse a Perú, le compré el billete de avión para la semana siguiente. Le di un poco de dinero para que tuviera para los pequeños gastos, lo lleve al aeropuerto y José regreso a Lima.

A partir de ahí hubo una continua relación postal. Se terminó casando con su «gorda» y tuvieron una hija. Muchos años más tarde José falleció. Sin embargo sigue habiendo una relación a través de la correspondencia con su hija.

Cuando murieron mis suegros y vendieron la parte de la herencia que les correspondía a los que no vivían limitando con una de las fincas, mi hijo Pablo, que ya era Abogado, se encargó de todo el papeleo y se le envió a la nieta el importe que le correspondía de la herencia, que ella agradeció tanto a sus tíos, pues el importe que le remitieron en Perú suponía mucho dinero.

Díganme si esta historia no es un vivo ejemplo del hijo pródigo.