Después de treinta y cinco años años de camino como docente , llegó el día de decir adiós.
En este día se atropellan los recuerdos, las experiencias, los rostros de muchos alumnos y de compañeros de profesión. Sería injusto señalar a unos y obviar a otros.
Un alumno no es un nombre.
Un alumno no es un número de lista, por cierto, recuerdo que yo era el 9, el 10 o el 11, no es un expediente personal, no es un preinforme ni un informe educativo o psicopedagógico, no es una página en blanco ni un depósito de conocimientos.
Un alumno no es una calificación numérica ni las iniciales de una siglas (PA o NM). No es un código en una base de datos.
Un alumno no es alguien a quien se entretiene durante unos años con actividades y discursos.
Un alumno es una historia que tiene un pasado, un presente y, sobretodo, un futuro, es una oportunidad viva repleta de ilusión, es un reto diario.
Es pensamiento, contradicción y creatividad, es pregunta y respuestas, es un apasionante problema y una maravillosa solución. Una incógnita, una “x”, una “y” o una “z”, que solo él tiene que despejar.
Un alumno fue, es y será único e irrepetible.
Los profesores tenemos la gran dicha de mirarnos en el espejo de cada uno de nuestros alumnos.
Me despido después de treinta y cinco años de todos y de cada uno de ustedes, pero siempre estaré, y siempre me encontrarán, con los brazos abiertos.
Hoy ha sido mi último día como profesor, porque lo de maestro son palabras mayores, por ello quiero agradecer a mis alumnos y alumnas, a sus familias y a tantos compañeros y compañeras que han facilitado mi trabajo, haciéndome disfrutar de esta profesión durante estos años.
Agradecer de corazón a todos aquellos compañeros y compañeras que han hecho más fácil el ejercicio de mis funciones y, lo más importante, que han contribuido al éxito académico y personal de mis alumnos, con algunos ha sido la oportunidad de cultivar la cercanía, la amistad y , con algún otro casi familiaridad. Espero y deseo seguir cultivando esos lazos que, sin duda, seguiremos celebrando más allá de la condición laboral de cada uno.
Por último, y no por ello menos importante, agradecer a don José Luis, mi primer maestro en la escuela de Bañaderos, siempre ha sido mi referente profesional.
Agradecer a mi madre el sacrificio que hizo para que yo pudiese estudiar esta profesión, y a mi familia, a mi mujer y a mi hijo, con ellos he compartido las alegrías y los logros, ellos han sido mi consuelo y apoyo en los días complicados.
Afortunadamente, tendré historias que contar con un mismo final: “la vida no sirve si no se sirve”.
Se me queda corto el gracias.
Fd.- Manuel García Morales