Con la compañía del leve canto de los pájaros, la brisa de la primavera que predecía al caluroso verano, al borde del alto acantilado, se hallaban sentados una pareja disfrutando de un amor recién inaugurado, el río daba paso a la caída del agua en forma de cascada, que acababa en forma de densa llovizna en el lago de los enamorados, el cual reflejaba un firmamento de luces brillantes iluminando las siluetas de nuestros protagonistas.
Bajo la tranquilidad de una noche de melodías de sonido sosegado, se procesaban palabras de afecto y besos cálidos, haciendo de aquella noche, el comienzo de un futuro unidos en el camino de los hallazgos.
Ante las estrellas fugaces no fue necesario pedir deseos de mañanas más prósperas, solo se anclaron al presente y al momento en el que vivían atados, disfrutando de cada canto, cada brisa, del fluir de aguas cristalinas y de cada beso que rozaron sus labios.