Aquellos que carecen de liderazgo, rehuyen el debate, el análisis y la transparencia, en cambio practican el oscurantismo, los acuerdos bajo la mesa y a espaldas de todos los implicados, procurando llegar al lugar donde se deben tomar las decisiones, con acuerdos tomados, la mayoría de las veces, para ocultar la ineficacia, cuando no una situación errónea claramente manifiesta.
Aquellos que carecen de liderazgo, usan un discurso grandilocuente, resaltando el buenismo de su gestión, obviando que no dejan de ser uno más en la trayectoria de los centros, de las instituciones, de los organismos o de las empresas que tienen historia propia y un futuro, donde este tipo de personajes, solo sean un mal recuerdo. El “adanismo” es propio del egocéntrico y del soberbio, que no reconoce otra historia que la suya.
Aquellos que carecen de liderazgo utilizan, entre otras, la estrategia de agradecer públicamente a sus palmeros y palmeras cualquier implicación, en aquello que para el resto forma parte de sus obligaciones laborales.
Aquellos que carecen de liderazgo, defienden lo indefendible, obviando las causas reales e invocando la culpa compartida por error u omisión para tapar los errores de los suyos. Sin embargo, cuando el que se equivoca no pertenece a la cuchipanda, utiliza los mecanismos más torticeros para dañar y humillar.
Aquellos que carecen de liderazgo, generan un marco de prebendas y favores, que no son más que la compra de voluntades para afianzar su cargo.
Aquellos que carecen de liderazgo, necesitan el minuto de gloria y la exhibición pública, por ello planifican situaciones, actos y declaraciones que le otorguen el protagonismo y el reconocimiento que por trayectoria propia le está vedado.
Por último, y no porque no se pudiera ampliar esta letanía, los que carecen de liderazgo, implementan mecanismos de control individual y grupal, desde fórmulas primitivas del “corre ve y dile”, hasta la creación de un entorno de guardia pretoriana que actúa como brazo ejecutor de sus ocurrencias y caprichos.
Los que desempeñan sus responsabilidades con profesionalidad, debaten y realizan sus análisis desde la transparencia, asumiendo sus logros y reconociendo sus errores como condiciones para mejorar.
Los que desempeñan sus responsabilidades personales y profesionales con independencia., no necesitan del oropel de los reconocimientos ni aspiran a formar parte de la cohorte de “pelotas”, por no usar otro término públicamente incorrecto, porque la libertad y la ética personal fundamentan sus decisiones y acciones, asumiendo las consecuencias, que en el contexto de la mediocridad, conlleva el compromiso de la fidelidad a unos principios y a unos valores, independientemente, de las consecuencias.
Lamentablemente, como bien dice un refrán inglés:
“pájaros del mismo plumaje se unen en bandadas”.