Llevamos un mes de educación no presencial y, ahí han estado y están las dificultades, la falta de conexión a internet, la carencia de recursos formativos e informáticos, la desidia en las propuestas y en las respuestas, el agobio de las familias y la sobrecarga de trabajo del profesorado, que se ha convertido en un servicio de 24 horas, estableciéndose marcos de desconfianza entre y hacia la implicación de las familias, del profesorado y del alumnado.
Se han consolidado nuevos roles jerárquicos por la vía de los hechos consumados, los que tienen que justificar documentalmente su trabajo semanal o quincenal, y los que se limitan a solicitar estas justificaciones, olvidándose que ellos también son funcionarios, y todo funcionario debe y tiene que justificar su trabajo, porque sus nóminas proceden del erario público.
Se nos pide que se garanticen los hábitos de estudio pero que no agobiemos al alumnado, que los aprendizajes no se detengan pero que nos dediquemos al repaso, que no se profundice en las diferencias sociales pero que usemos recursos tecnológicos e informáticos del que no disponen los más vulnerables…, se nos propone realizar una cosa y su contrario, generando más confusión e incertidumbres.
Qué fácil ha sido siempre estar al lado y a favor de aquellos que responden.
Qué habitual es dar de lado a aquellos que no responden por dificultades personales o contextuales.
Del presente curso escolar han transcurrido seis meses presenciales, el 66%, solo queda el 33% y, dar tanto o más valor a este último tramo para superar el curso, sería obviar los criterios de evaluación continua y procesal que, entre otros elementos requieren de la observación directa, sistemática, contextualizada y personalizada del trabajo diario de un alumnado, que al igual que el profesorado se han transformado en tiempo récord de presenciales en virtuales.
Si por algo se debería caracterizar el proceso de enseñanza-aprendizaje es por el descubrimiento de conocimientos, de actitudes y de experiencias nuevas. Convertir todo un trimestre en repaso y en refuerzo es abocar al tedio y al aburrimiento. Tomar esa decisión es reconocer que nuestro sistema educativo es incapaz de adaptarse a esta nueva situación desde la creatividad, la iniciativa y la profesionalidad de los docentes, las capacidades del alumnado y de sus familias.
Estar un trimestre repitiendo lo ya dado es reconocer que nuestra enseñanza es repetitiva, monótona, aburrida, memorística…, donde en el centro siguen estando los contenidos y no las personas, que en unas u otras circunstancias deben utilizarlos para crecer, para mejorar individual y socialmente, y no unos contenidos que introducimos en el congelador a la espera de un nuevo curso.
Si nuestro currículo es así de rígido, evidentemente carece de lo esencial que es educar en competencias. Y no en unas competencias disfrazadas en los contenidos de siempre.
Todo ello, sin obviar que cualquier aprendizaje requiere motivación, tiempo y esfuerzo
Ser competentes es demostrar las capacidades, las habilidades y las actitudes en situaciones concretas. Tendríamos que preguntarnos qué competencias educativas son prioritarias y necesarias en estos momentos y dirigir nuestra motivación, tiempo y esfuerzo a la consecución de las mismas.
Pero no, al igual que el avestruz, escondemos nuestra cabeza bajo las alas de lo que siempre hemos hecho, esperando que el tiempo pase para seguir haciendo lo mismo.
En los procesos educativos, la mayoría de los conceptos se olvidan, las emociones permanecen.
La inteligencia se definió hace tiempo por uno de los referentes de la psicología, como la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas.
Que poco inteligente está siendo el repetir lo aprendido y esperar a que la situación cambie para, quizá, seguir haciendo lo mismo.
Fd.- Manuel García Morales