Interpretar, juzgar y condenar por Manuel García Morales

Nos pasamos la vida interpretando, juzgando y condenando a los demás con la soberbia de quien se cree en posesioón de la verdad absoluta.

Sin embargo, esa misma soberbia y prepotencia  no acepta, ni de lejos, que los demás nos interpreten, que los demás nos juzguen y, mucho menos, que los demás nos condenen.

Con qué facilidad nos ponemos a interpretar la cara, el gesto, el tono, las palabras, las decisiones, los hechos, las actitudes y los valores del otro.

Con qué facilidad sacamos conclusiones y, con qué rapidez, actuamos en consecuencia.

Con qué facilidad nos pasamos la vida destrozando a los demás, creyéndonos adivinos, jueces y dioses.

Cuando nos permitimos interpretar, valorar y juzgar a los demás, es de justicia que demos a los demás permiso para que también nos interpreten, nos valoren y nos juzguen.

Si así fuese, probablemente, seríamos más precavidos, cautos y respetuosos antes de adentrarnos en un campo de minas , que nos suele explotar en nuestras narices, haciendo saltar por los aíres las relaciones personales y la convivencia en cualquiera de sus ámbitos.

En teoría consideramos que el respeto, la comprensión y el diálogo son los cimientos de las relaciones personales.

La práctica, nos demuestra que nuestra mente, nuestros sentimientos y, sobretodo, nuestros hechos no siempre dicen lo mismo.

No olvidemos, que cuando señalamos con el índice , el pulgar siempre nos estará apuntando.