La comunicación digital llega a la escuela

Hasta ahora, la comunicación digital se ceñía únicamente a grandes tratados emanados de las facultades y escuelas de marketing, dirigidas esencialmente al ámbito de las grandes empresas multinacionales, cuyo trabajo se basaba principalmente en el trabajo en red a lo largo y ancho del planeta.

En cambio, con la crisis del Covid-19 se nos ha presentado una oportunidad que no hemos desaprovechado para incluir y ampliar nuestras destrezas comunicativas en el ámbito de la escuela, desde los niveles de infantil y primaria hasta los de secundaria, bachillerato y formación profesional.

La actual legislación educativa promueve la actividad digital de nuestro alumnado, evaluándose la misma dentro de las competencias básicas como la digital. Esta competencia implica el uso creativo, crítico y seguro de las tecnologías de la información y la comunicación para alcanzar los objetivos relacionados con el trabajo, la empleabilidad, el aprendizaje, el uso del tiempo libre, la inclusión y la participación en la sociedad. Así mismo, se fomenta el trabajo colaborativo,  la motivación y la curiosidad en el uso de las tecnologías.

Ante la incertidumbre de lo que pueda ocurrir con el curso escolar, sobre todo después de la ampliación del estado de alarma por el Gobierno hasta el  veintiséis de abril, la competencia digital sigue ganando enteros entre los diferentes pilares de la comunidad educativa: familias, alumnado, profesorado y personal de administración y servicios. Necesitan comunicarse entre ellos o entre sus iguales, se trata del triunfo de la comunicación digital, sin ni siquiera buscarlo. Ya lo dijo recientemente un comunicador en nuestro país: “Si algo positivo debemos sacar de esta crisis sanitaria y el consecuente confinamiento de la ciudadanía, es esa nueva necesidad de comunicarnos a todas horas”. Y esa destreza digital es la que venimos demandando desde la escuela desde hace mucho tiempo. Pero para todos, empezando por las distintas administraciones educativas, hasta un sector del profesorado y de las familias reticentes al cambio, esta competencia se antojaba como una de esas materias que calificábamos con el adjetivo de “maría”.

Hoy, inmersos en esta cuarentena de la que todos deseamos salir cuanto antes, pero que, al mismo tiempo, nos contagiamos de la paciencia colectiva y necesaria para afrontarla, nos mostramos entusiasmados por el uso masivo de dispositivos tecnológicos que hacen más llevadera nuestra comunicación. Hemos dicho adiós a los temores generados en el pasado, aquellos que hacían temer por la desaparición de la tiza de cal y del libro de texto como únicas e irremplazables herramientas educativas.

Con todo lo expresado, y como primer obstáculo para su implementación, aparece la tan cacareada pero al mismo tiempo cierta brecha digital, ligada no sólo a la carencia de medios tecnológicos en los centros  educativos, donde las administraciones han hecho muy poco, sino también a la carencia de una formación y actualización adecuada de conocimientos en los recursos humanos; es decir, en el profesorado. El docente, a un ritmo vertiginoso, ha tenido que formarse en tiempo récord en materias digitales y de la comunicación para lograr llevar el proceso de enseñanza-aprendizaje al estudiantado, que como él se encuentra confinado. El futuro ha llamado a nuestra puerta sin ir a buscarlo, la crisis sanitaria nos ha hecho repensar que las distintas propuestas metodológicas también cambian, también se adaptan a las nuevas situaciones.

 

Si hay un acuerdo generalizado entre todos los sectores educativos es el sentido democratizador de la escuela, que unido a a la horizontalidad y el fácil acceso a los conocimientos en red, nos obligan a reinventar y renovar las antiguas estructuras de la misma. Mucho hemos escuchado acerca del actual estado de la enseñanza en nuestros colegios e institutos, identificándolos incluso con aquellas lecciones magistrales del siglo pasado. Estamos en un momento distinto, sí, aunque sepamos que ha sido fruto del confinamiento de la escuela, un momento donde la interacción entre las partes es ya una realidad. Nuestro alumnado entra ya, a través de videoconferencia, en casa de su profesor, y este a su vez en la casa de sus alumnos. Este hecho, impensable en otros momentos, favorece una nueva competencia transversal, generalmente olvidada, como es la de la educación emocional, que ahora recobra más sentido, si cabe. Decía Antonio Vallés, al respecto, que había que enseñar al alumnado habilidades emocionales que le permitan enfrentarse a las dificultades de la vida diaria que se dan en el ámbito escolar, pero que ahora ese ámbito pasa a ser un nuevo espacio escolar y digital. En la actual situación, desde el profesorado hemos revertido la dificultad o debilidad hacia una fortaleza que nos lleva a reforzar la autonomía personal de nuestro alumnado, generando actitudes de motivación y curiosidad, ademas del trabajo en equipo desde cada uno de nuestros dispositivos. Combinamos junto a ellos actividades de observación, contrastando elementos de la realidad con la búsqueda de información desde la lectura, pero sin olvidarnos jamas de la vertiente lúdica de nuestra metodología.

A modo de conclusión, y volviendo al planteamiento del comienzo de esta reflexión, la crisis mundial producida por el coronavirus supone un impacto sin precedentes tanto para la sociedad en general como para las actividades estrictamente educativas. Sus efectos los estamos viendo ya en nuestras aulas virtuales. La incertidumbre surge cuando pensamos, si el día que volvamos al aula física y a la clase presencial, olvidaremos todo lo que estamos viviendo y aprendiendo. La escuela no se ha paralizado, la escuela esta más viva que nunca, hemos sobrevivido a la situación, hemos repensado y modificado nuestra forma de comunicarnos y los frutos los veremos muy pronto, planteándonos una pregunta que dejamos para respuesta futura: ¿estamos en el preludio de una nueva educación con un alumnado y un profesorado adaptado, por fin, al siglo que nos ha tocado vivir?