Tanto la fiesta del Patrocinio de San José como la del Hallazgo de la Santa Cruz fueron siempre celebraciones de gran entidad en la Villa de Teror. Al no poderse solemnizar la primera en la onomástica correspondiente por coincidir la misma con tiempos de Cuaresma, se trasladó al inicio de la primavera una vez transcurrido el llamado Tiempo Pascual o Pascua Florida. Fueron por ello festejos típicamente abrileños durante décadas.
La segunda conmemora el hallazgo o invención de los restos de la Vera Cruz por Santa Elena, madre del emperador Constantino y estuvo situada desde siempre el 3 de mayo, fecha en la que se produjo dicho suceso.
Era la figura del padre putativo de Jesucristo muy querida por la clase humilde que veía en su persona y obra algo muy cercano a su día a día. Atendiendo a esa cercanía, Pío IX fijó en 1847 la fiesta a San José en el tiempo pascual y en 1870 el mismo Papa declaró a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevó la fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase. Los pontífices siguientes seguirían en la misma línea de exaltación de San José hasta llegar a Pío XII.
Con la decisión de este último ambas conmemoraciones se vieron ubicadas casi en las mismas fechas sin que existiese una anterior relación festiva conjunta. Esta costumbre de unirlas en la Villa de Teror comenzó a mediados del pasado siglo pero terminó por afianzarse a partir de la resolución de Pío XII de institucionalizar la festividad dedicada a San José Obrero o Artesano como Patrono de los Trabajadores el 1 de mayo de 1955.
Fueron en la Villa siempre las del Patriarca San José unas fiestas llenas de actos con amplia participación popular y tanto la juventud terorense como el gremio de carpinteros -organizadores de las mismas- se encargaban de cubrir las expectativas del vecindario del municipio y junto a triduos, funciones, y sermones en la Basílica aparecían enramadas, arcos, plantaciones de árboles, carreras de caballos, fuegos artificiales, bailes con la Banda de Música, paseo, feria de ganados, encuentros de fútbol, carreras de cintas en bicicletas o veladas teatrales en los llamados salones de catequesis.
A partir de la erección de las otras dos parroquias desgajadas de la del Pino en el siglo XX, tanto en Los Arbejales como en El Palmar comenzaron también a celebrarse actos festivos y religiosos en el mes de mayo. En El Palmar quede la historia de San José El Huevero para profundizar más en fiesta y apodo.
Pero sería en 1955, hace 65 años, cuando además de la decisión papal Teror celebraba el Cincuentenario de la Coronación Canónica de Nuestra Señora del Pino, se celebraron fiestas agrupadas en fecha pero separadas en sus eventos y aunque en 1952 también se habían realizado conjuntamente no alcanzaron la brillantez de 1955 ni dejaron fijados sus principales actos. Así, tras un triduo desde el 28 al 30 de abril, el domingo 1 de mayo a las 10 y media de la mañana, tuvo lugar una solemne función religiosa cantada por Jóvenes de Acción Católica en la que predicó don Faustino Alonso, cura párroco del Sagrado Corazón de Jesús en Arbejales. A la terminación salió la procesión del Santo recorriendo las calles de costumbre, escoltada por el Ilustre Ayuntamiento carpinteros y pueblo. La procesión de la Santa Cruz se efectuó el tres de mayo por otras calles.
Los días anteriores se dedicaban -entonces y ahora- al adorno de la fachadas con las llamadas “Cruces de mayo”. La comisión organizadora formada por las familias de carpinteros y luego integrada por éstos y por las de los fueguistas adornaban la Cruz Verde de la Plaza de Nuestra Señora del Pino. Los comercios se cerraban siempre el día de la Santa Cruz y a partir de la colocación de una en la Hoya Alta en 1901, ese día era de obligado cumplimiento el subir y celebrar comidas y distintos actos religiosos.
Tanto la unificación en una sola procesión, así como ligar a esta fiesta el tradicional evento del Barco (por entonces, aún “los barcos”) y el Castillo rescatado de la costa de La Naval y aquí traído por la familia Dávila se produjo a fines de esta década con lo que la fiesta entró en los años sesenta del siglo XX ya muy parecida a como la conocemos en la actualidad. La integración de nuevos espacios urbanos creados en las últimas décadas ha determinado el traslado de eventos a los mismos teniendo en cuenta sobre todo la seguridad del pueblo asistente como la de las antiguas edificaciones del conjunto histórico de la Villa.
Dependiendo de ello, así como de presupuestos municipales o variaciones en la estructuración laboral del pueblo, ha variado ésta y otras celebraciones. La principal de ellas ha sido la desaparición de los carpinteros como tradicionales organizadores de la misma, aunque los fueguistas han sabido coger el relevo con todo el honor debido al mismo.
Los terorenses -la familia Dávila es un buen ejemplo de ello- sabemos tener el punto cuando hay que tenerlo. Y así lo decía en uno de sus escritos Antonio Sarmiento Domínguez cuando hablando de la Hoya Alta y la costumbre de subir en estos días a sus alturas (este año no será posible hacerlo de igual manera) nos decía “Teror, luciendo cruces de lindas flores en sus ventanas y balcones, anuncia a sus habitantes la gran romería a la Cruz de la Hoya Alta. Nuestros abuelos la iniciaron, nosotros la continuaremos y la montaña se alegrará una vez más”
Sepamos en las duras circunstancias que nos rodean este año seguir teniendo el mismo pundonor y, respetando la tradición, adecuarla a los acontecimientos.
A fin de cuentas, la historia de esta fiesta es un correcto ejemplo de adaptación a los tiempos.