La Naval y sus Festejos

Dicen que el hermoso rostro que por mano y obra del genial Luján Pérez nos muestra Nª Sª de la Luz es trasunto del que luciera en vida doña Josefa Gómez de Silva, esposa del capitán don José Jacinto de Arboníes y Muñíz.
 
Éste había ocupado el puesto de mayordomo de la Imagen casi dos décadas, cargo que ocupaba por ser su padre, don Miguel de Arboníes y Arostegui (Capitán de Infantería y Regidor perpetuo de Gran Canaria) el castellano del Castillo de La Luz, lo que evidencia aún más claramente la relación entre castillo, ermita y devoción.
 
Todo en La Luz es simbología, paradigma del Luján de principios del XIX.
 
Como afirma Graciela Santana…»la media luna de la corredentora……que se apoya sobre el universo creado……la túnica de color rosáceo apagado y el manto azul, el carácter concepcionista…. no sólo María mira candorosamente al Niño, produciéndose esa comunicación divina entre ellos, sino que lo alza casi sobre sus hombros, en un gesto de enseñarlo al mundo. Es bonito, es delicado y no muy visto este detalle de María de coger el piececito…»
 
Encargada a fines del XVIII, se culminó y entregó en 1802, mostrando significativas semejanzas con otra Imagen del mismo año: Nuestra Señora de las Mercedes, de Santa María de Guía; aunque con variantes en escorzo y posición que mejoran notablemente en La Luz.
 
Según Santiago Tejera, la Virgen de La Luz tiene partes inacabadas, lo que atribuye a que Luján prefería dejar algo a medio acabar antes de incurrir en algún defecto por ello. José Paz Vélez la ha restaurado en dos ocasiones.
 
Es la primera advocación del Puerto -esa ciudad dentro de la ciudad que generó la construcción del mismo en las últimas décadas del XIX-; y todo lo que la rodea: su ubicación, el Castillo, La Naval,… le confieren unos altísimos valores etnográficos, tradicionales, históricos y artísticos, que vienen a unirse a los evidentes valores devocionales y religiosos.
 
En razón a todo ello y mucho más; en septiembre de 1981, la comisión de fiestas de La Naval solicitó la concesión del título de Alcaldesa Mayor Perpetua de Las Palmas de Gran Canaria para La Luz. A fines de aquel mismo mes, la Comisión Municipal Permanente del ayuntamiento capitalino trató entre otros, dicho tema; pero argumentando el que la concesión pudiese ocasionar «agravios comparativos» con las patronas de otros barrios, el acuerdo final de la misma fue consultar al Obispado. Tal, como se vería años más tarde -y como ha ocurrido muchas veces con La Luz- la política se mezclaba con extrañas ignorancias sobre la historia de la isla y hasta con celos extraños, que hicieron inviable la decisión municipal.
 
Exactamente tres años más tarde, con una nueva corporación al frente de la municipalidad de Las Palmas de Gran Canaria, sería el mismo alcalde, don Juan Rodríguez Doreste, quien, en pleno celebrado el 28 de septiembre de 1984 daba cuenta asimismo de la solicitudes recibidas desde distintas instituciones de la Isleta para retomar la decisión de la concesión, teniéndose en cuenta «la antigüedad y la popularidad de su culto». Y así, tres años más tarde, por unanimidad se declaró a Nª Sª de La Luz Alcaldesa Mayor de la Ciudad y a sus fiestas como celebración de la ciudad.
 
Unos días más tarde, el Obispado manifestó su contrariedad a la declaración y nombramiento en términos que no dejaban lugar a dudas: «el acuerdo ha sido soberanamente tomado por el pleno municipal, pero no es fruto de ninguna petición proveniente ni de los sacerdotes ni de comunidades cristianas de La Isleta, ni de ninguno de los organismos eclesiales diocesanos…puede entenderse como una manifestación del deseo de reconocer la conexión que la imagen de la Virgen de la Luz tiene con la historia completa de la ciudad de Las Palmas….aunque, la pastoral actual pretende dar a la Virgen un culto de imitación más que un culto de rendimiento de honores. La normal aceptación de la presente distinción puede establecer un mal precedente y contradice la línea pastoral que pretende seguir actualmente la Iglesia». Queden estas palabras como expresión clara de las contradicciones, enfrentamientos y envidias que en la última centuria se han movido alrededor de La Luz y sus festejos.
 
Festejos que se iniciaron en el entorno de la primitiva ermita a los pocos años de iniciarse en ella, en un inicio a Nª Sª de Guía, luego a la del Rosario, para terminar con Nuestra Señora de la Luz, atraídos es lógico, por la importancia que, a raíz de la Batalla de Lepanto, tuvo la decisión del Papa Pío V expresada con nítida claridad: «Eríjanse templos, cántense misas, celébrense fiestas en hazimiento de gracias al Rosario Santísimo de María por la Victoria Naval, que ello es celebrar a María con toda su edificación» Que ello tuviese lugar un 7 de octubre de 1571 y que otro 7 de octubre de 1595; la escuadra mandada por el corsario inglés Sir Francis Drake cogiese el portante empujado por los grancanarios de entonces, instauró definitivamente la festividad en tan señalada fecha, y ligada en estos primeros momentos a la Virgen del Rosario y a la celebración de «La Naval», o el «Sábado Naval» como también se la conocía, de la batalla ya fuese contra moros, ingleses u holandeses. La victoria contra el holandés Van Der Doez en julio de 1599 remató el tema, dejándolo fijado en el ideario simbólico de los grancanarios,
 
Los domínicos, por lógicas razones de su relación con la advocación celebrada estuvieron muchos años festejándola tanto en se convento de las lindes de Vegueta como en la ermita isletera, aunque desde el Cabildo Catedralicio se hacían permanentes llamadas al control por parte el obispado en esta relevante celebración. Así, el 7 de septiembre de 1637, previendo lo que pudiera ocurrir al mes siguiente, aparece en las actas capitulares el siguiente apunte recordatorio: «El cura semanero desta cathedral baia a azer su oficio a la hermita de la luz… y no permita fraile alguno haga allí fiesta ni prosesion ni diga misa cantada…»
 
Por ello, existen referencias a esta llamada «Fiesta de Naval» en los libros de cuentas de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario de 1802 a 1829, donde consta hasta el pago de gastos en pólvora.
 
Aún después que el proceso desamortizador comenzara a acabar con la presencia dominica, en 1836 seguía existiendo una Cofradía de «Nuestra Señora de la Victoria», que la conmemoraban el primer domingo de octubre; y esta cofradía y los soldados pagaban los gastos de los festejos, teniendo lugar al día siguiente una «Misa cantada de Réquiem, por los soldados difuntos».
 
Serían ellos quiénes, unos años más tarde, completaran la celebración con la «representación de La Naval» a través de una figurada batalla de fuegos artificiales, que completaba festivamente la conmemoración y la romería a la ermita de La Luz.
 
Ayudó la llegada a Teror, mediando el XIX, de la familia de fueguistas de los Dávila, cuyo patriarca, el aldeano Gabriel Dávila Trujillo y sus descendientes, estuvieron hasta los años 30 del siglo XX, con la rústica representación del barco y el castillo de cartón-piedra y las andanadas de voladores de uno al otro animaron la noche de La Naval con este espectáculo, que tuvo -y tiene- otros de igual procedencia y muy variados recorridos (desde monólogos a aditamentos teatrales) en Barlovento, La Palma, y otros muchos lugares de la geografía isleña e hispánica, en general.
 
Y entonces comenzó todo a decaer. La voluntad política y religiosa fue hacia otros lugares y la desidia-sin llegar al completo abandono- se hizo presente en La Naval; una festividad por otra parte, que debía haber sido respetada y cuidada como una de las manifestaciones más peculiares y singulares del calendario festivo de la capital y, en suma, de la isla entera. Los Dávila, sabedores de la importancia de lo que hacían, cuando dejaron de encargársela, se la llevaron para Teror y allí sigue celebrándose en la actualidad en el marco de la festividad de San José y la Santa Cruz, de la que son patronos en la actualidad -con todos los derechos y prebendas- los descendientes de Gabriel Dávila.
 
Y el recorrido de la recuperación en estos últimos setenta años, está escrito con nombres propios que han puesto fe y esfuerzo en mantener y en recuperar esta secular celebración festiva de la isla, que se ha visto acrecentada con actos como la concesión del título de Alcaldesa a la Virgen de La Luz, al que me refería antes y la pareja elevación del rango de las mismas a fiestas de la ciudad. Sin poner en ello otro interés que el de destacar a tantos y tantos (que de seguro se me quedarían en el tintero del olvido), baste nombrar la meritoria, incansable e ilusionada labor de Davinia Barragapn, su inolvidable padre, Mercedes Rivero Paco Medina, Paco Peña, Carmen Robayna, Alberto Trujillo, Jimmy Martín, el párroco Simón Pérez, Paco Peña y nuevas incorporaciones cada año, como las de Eliezer Mateos o Yeray Jesús Castellano, para saber que las fiestas de La Naval ya tienen el futuro que nunca debieron perder. Únase a ellos la colaboración de la Concejalía de Distrito, el propio Ayuntamiento y el Ejército y ya tenemos todos los ingredientes para que actos como el Chapuzón, la Romería, Encuentros Folclóricos, Elección de Romera Mayor o la Procesión de la Octava, los Carteles anunciadores (como el extraordinario que para este año ha realizado el artista güimarero Javier Eloy Campos) configuren definitivamente la perpetuación de la fiesta de La Naval, celebración que, por honra y decoro de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, nunca debieron decaer.
 
La Luz y sus festejos son un referente patrimonial e histórico de Gran Canaria y la capital tiene el honor y el deber de mantenerlos y acrecentarlos.
 
José Luis Yánez Rodríguez.
Cronista Oficial de Teror.