MI ABUELO PEPE

Mi abuelo Pepe, fue uno de los perdedores de nuestra Guerra Civil, como otros abuelos. Como era habitual en aquellos tiempos, se casó casi siendo un niño con mi abuela María, y tuvieron diez hijos, dos murieron siendo niños.

Todo lo que creo que sé de su vida llegaron a mi memoria por observación, por intuición o por mi imaginación, porque de la vida de los perdedores nadie puede o quiere hablar, ni el propio protagonista. En la familia esta parte de su historia estaba bajo la ley del silencio.

Trabajo en las plataneras, creo que antes de la Guerra fue representante sindical, causa por la que lo fueron a buscar al bar de Chivirica el día de Santiago de 1936, días después del Golpe de Estado. Cuentan o imagino que dijo: “Iré caminando hasta el puente y allí subiré a la camioneta”, en la que llevaban al resto de detenidos. Estuvo en varios campos de detención y represión: en la Casa del Niño en Arucas, en La Isleta y en Gando. Quizá que se libró de acabar en uno de los pozos porque su hermano era militar y oficial en el otro bando, lo que no le libró de la tortura de contemplar como tiraban a sus compañeros. Como tantos presos fueron obligados a luchar en la batalla del Ebro y, cuando acabó la guerra, no la dictadura, trabajó en la construcción de la carretera de La Aldea.

Trabajando en sus plataneras, atendiendo a sus animales para que su familia saliera adelante, y víctima de la bebida para aliviar tanto dolor transcurrió gran parte de su vida. Los domingos se pegaba al transistor a escuchar el partido de Las Palmas con pasión física y verbal, especialmente cuando el partido era contra el Madrid, su eterno rival y, que, en caso de ganar, hacía que el pequeño aparato de radio quedara hecho añicos.

Casi en el ocaso de su vida se recuperó de su adicción en una clínica de Tafira; ya jubilado, con otros compañeros, formó el club de la Tercera Edad del pueblo, consiguieron un local que les cedió el Cabildo, curiosamente, en ese mismo lugar le dimos el último adiós.

Rondando los ochenta años, el cáncer le hizo una visita, lo operaron en el Insular, algunas noches compartí sus palabras y sus silencios junto a su cama y, cuando todos pensaban que sería su final, se levantó y retomó su vida. Viajó a Cuba a ver a unos primos y quería volver en la frontera de los noventas, de donde otros cantaban salir, pero, se quedó abriendo la puerta del coche que le iba a llevar a una excursión, porque su corazón, con noventa años, estaba cansado de latir.

En 2014, una de las razones por las que acepté ser candidatos del PSOE a las elecciones municipales, fue él y su historia, y así lo hice público en el acto de la presentación de la candidatura.

Hoy, día de los Pepes, es una oportunidad de compartir estas líneas con ustedes, porque siempre es bueno recordar a aquellos que queremos y que siempre siguen vivos.

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