2020 fue un niño condenado a los adiós y olvidó los holas, encerrado en jaulas de cemento y ladrillo. Nació con una mascarilla en la cara y olvidó lo que era un beso y un abrazo, tampoco supo nunca dar un apretón de manos.
Anheló todo aquello como un niño un caramelo, hasta que tras el verano lo dejaron salir de recreo, sabiendo apreciar un saludo con el codo o un simple gesto con el cuello. Las distancias fueron sus normas y los besos un placer prohibido, viendo reducido el tumulto a unos pocos amigos.
El miedo fue su peor enemigo y la responsabilidad su mayor aliado, viendo a su familia seguir las normas para que acabase todo más temprano que tarde. Ayudándolos a valorar cada visita inesperada, cada pequeña reunión en la sala de estar, aunque más que nunca, las líneas en un mapa fueran muros más altos y gruesos que nunca.
Deseando mandarse a la mierda e irse de justas vacaciones, aunque brindase por el mismo motivo, deseando que su hermano 2021 fuera algo totalmente distinto y volvieran los besos al mundo.