VIVENCIA DE NUESTRA GENTE N° 19

Esta graciosa anécdota ocurrió en los años 60 del pasado siglo en la ciudad de Gáldar, y me la contó un sobrino de uno de los protagonistas, don Manuel, que es muy amigo mío.

Uno de los protagonistas de esta anécdota es Don Manuel. Vivía en el mismo centro de Gáldar y era un hombre alto, de constitución fuerte, y tendría entonces en torno a los 55 años. Era un hombre respetable y también era muy conocido y apreciado en su pueblo. Tenía una desahogada posición económica y el talante del buen canario de nuestros campos: socarrón, de hablar pausado y pronunciación grave y clara.

Tenía una buena finca de plataneras que visitaba a diario, pues le gustaba madrugar y hacer algo de ejercicio. No estaba muy trabajado, pues no tenía necesidad de ello; siempre llevaba al cinto un precioso cuchillo canario y le gustaba meterse en las plataneras y hacer alguna cosilla en plan de entretenimiento, como cortar alguna hoja seca, quitar alguna florilla o desembuchar algún racimo. Tenía 1 encargado y 4 peones que se encargaban de tener la finca de unas cinco fanegadas muy bien atendida. Don Manuel los trataba bien y con respeto, y ellos lógicamente le apreciaban.

También era un hombre de costumbres fijas y era raro el día que no fuera al Casino, a eso del mediodía, a tomarse el aperitivo y charlar un rato con los amigos.

El otro protagonista es Agustin, que era un hombre de unos 35 años, de estatura mediana y más bien delgado. Vivía en la casa de su madre en el barrio de La Montaña y era además un pobre diablo, un vago, un sinvergüenza, y era también muy conocido en todo el pueblo por sus “virtudes” para sacarle las perras a cualquiera. También, como no, le gustaba vivir bien; ir al Casino al mediodía a echar una partida a las cartas o al dominó; echarse la copita antes de ir a su casa a almorzar; después de comer le gustaba echarse su siesta y así iba viviendo de la mejor forma que podía. Cuando no tenía a nadie a quien darle un sablazo se buscaba un trabajo que solo le duraba lo justo para poder cobrar otra vez al paro. Y así, como solía decir, iba escapando.

Un buen día en que Agustin estaba limpio como una escopeta, vamos sin una peseta en el bolsillo, se hecho a la calle a ver si encontraba alguien a quien darle un sablazo, y cuando subía por la calle Larga ve que viene don Manuel en dirección contraria, paseando y viendo los escaparates, como si estuviera matando el tiempo. Desde que Agustin lo vio se dijo: Esta es la mía, a ver si puedo levantarle algo. Se dirige hacia él de forma decidida y estudiada y en ese momento en que Don Manuel Iba distraído, se encuentra de frente con Agustin, al que conocía perfectamente, el cual le dice muy atento: Buenos días don Manuel, que quería pedirle un favor porque “entodavía” no he cobrado el paro y estoy sin un duro. A ver si usted me podría “emprestar” algo que yo sé lo devuelvo “ende” que lo cobre. Don Manuel se queda pensativo unos segundos para a continuación sacarse algo del bolsillo de la chaqueta y con la mano cerrada se lo entrega también en la mano de Agustin, que inmediatamente se lo mete en el bolsillo sin mirar.  Después de darle las gracias efusivamente echa a caminar en dirección contraria a don Manuel. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos se para disimulando que estaba viendo un escaparate y se dice asimismo: voy a ver cuánto le he sacado a don Manuel pues hacía tiempo que no lo trincaba. Cuando saca lo que aquél le había dado, vio que era un condón e inmediatamente se dijo: Ya coño, ya don Manuel se equivocó y en vez de darme un billete me dio un condón. Vuelve para atrás en busca de su “bienhechor” y cuando lo alcanza le dice: Mire don Manuel que se equivocó y en vez de dinero me dio un condón. Don Manuel se le queda mirando y le dice con su voz pausada y bronca y una media sonrisa en la boca: Nooo, yo no me he equivocado Agustin, eso es p’a que vayas a joder a otro.

Y con la misma le dio la espalda y muerto de risa por la cara que se le quedó a Agustín, hecho a caminar en dirección al Casino, pues ya era más de la una de la tarde; la hora del aperitivo.

Autor: José Juan Jorge Vega. Octubre-2014. 

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