VIVENCIAS DE NUESTRA GENTE N° 24 «PAQUITO EL CANUTO Y EL TIMPLE»

Don Francisco Vega, conocido por Paco o Paquito el Canuto, era un hombre muy popular en Guía; sobre todo en la zona de San Roque. Tenía un bar-tienda en esa zona, en la calle Poeta Bento. y vivía en la parte trasera de su establecimiento con su esposa e hijos. También era muy conocida su enorme afición por la U.D. Las Palmas del que era socio, hasta el punto de que no se perdía ningún partido que se jugara en el Estadio Insular. E incluso su hijo Paquito jugaba en el equipo B de la Unión Deportiva Las Palmas. Su bar era punto de reunión de todos los aficionados de San Roque.

Yo estaba recién casado cuando tuve la enorme fortuna de que me tocara en sorteo un piso social en la urbanización «Grupo Tirma», situado en San Roque, al que después de amueblarlo nos fuimos a vivir mi esposa y yo a mediados del año 1.966.

Paco y yo nos conocimos por medio de un amigo común, Pepe Bautista, que vivía justo frente a él. Pronto hicimos buena amistad, pues desde que empecé a vivir en San Roque yo solía ir a su bar con alguna frecuencia, pues era el único punto de reunión del barrio.

Yo era bastante conocido en Guía como timplista pues no en vano estuve tocando durante varios años en la Rondalla Princesa Guayarmína, la Rondalla de Chanito el Practicante, como más se le conocía en todo el noroeste.

Un día, a finales de Diciembre del año 1.967, Paco me pide que si le hacia el favor de comprarle un timple, que no fuera muy caro, para regalárselo al chiquillo el día de Reyes. Naturalmente le dije que sí, que no había ningún problema. También le aconseje que no se gastara mucho dinero porque los chicos empiezan con mucho entusiasmo pero al poco tiempo se suelen cansar y lo dejan.

El sábado siguiente, a media tarde, me fui con mi amigo Pepe Bautista en su moto pues yo aún no tenía coche, a la tienda de Arturo que está situada en el Lomo de Guillén y con el que yo llevaba mucha amistad pues fuimos vecinos durante muchos años. En la tienda de Arturo se podía comprar desde una aguja hasta una albarda, y también timples y guitarras. Elijo varios de los timples que mejor pinta tenían y los empiezo a afinar y a probar y selecciono el que más me había gustado. Tratamos el precio, algo menor del que tenía marcado en una etiqueta, se lo pagué y me lo llevé para mi casa.

A eso de las ocho de la noche me voy al bar de Paco a enseñárselo a ver si le gustaba. Le hago una pequeña demostración para que escuchara el sonido y el hombre se quedo contento con el instrumento, pues la verdad era que él timplillo afinaba y sonaba bastante bien.

En el argot de los músicos de cuerdas, para decir que hay que darle uso a un instrumento para que vaya soltando el sonido, lo decimos con la expresión de «a este instrumento le hace falta coger sereno». Que quiere decir darle uso y como en aquella época se daban muchas serenatas y juergas nocturnas, pues de ahí lo de «coger sereno».

Así que cuando le entregué el timple a Paco el Canuto, después de estarlo tocando un buen rato, le dije que lo único que le faltaba al timplillo era «coger sereno». Y no se habló más del asunto.

Unos días antes de Reyes, también un sábado, llegue al bar de Paco a eso de las ocho de la noche y nada más verme se acercó a mí muy cabreado. Le pregunté extrañado:

  • Coño Paco te pasa algo que te veo como cabreado.
  • Si que me pasa y mucho!, me dijo colorado como un tomate de la calentura que tenía.

–  Pues tú dirás…..

Lo que pasó es que haciéndote caso puse el timple anoche en el  balcón p’a que «cogiera sereno» y como llovió el timple está hecho un  amasijo de maderas y cuerdas. 

Me enseña el timple que lo tenía debajo del mostrador y verdaderamente estaba irreconocible pues con el agua se habían despegado la madera de la tapa y los dos puentes. Estaba totalmente inservible e irrecuperable.

Yo miraba a Paco y al manojo de madera y cuerdas que tenía en mis manos, y sin poderme aguantar más, y miren que lo intenté, me entra una risa de esas majaderas, contagiosa y provocativa que no podía pararme. Paco me recrimina la acción con aquel vozarrón que tenía y cuando pude parar de reírme le expliqué lo que en nuestro argot significaba «coger sereno». A pesar de su enorme calentura no le quedó otro remedio que empezar a reírse también pero sin dejar de lamentar las quinientas pesetas que le había costado el timple.

Todos los clientes habituales del bar se fueron enterando y se partían de la risa. Los de más confianza le preguntaban en plan guasa cuando entraban al bar:  «Como anda el timple Paco». Aquello duro mucho tiempo.