Yo empecé a visitar con frecuencia el pueblo de Guía cuando tenía algo más de diez años y empecé a estudiar el bachiller en el Colegio de Santa Maria de Guía. Fue en el año 1.953 y yo vivía entonces en Becerril, el barrio donde nací y donde viví hasta la edad de13 años, y sin lugar a dudas el barrio más pobre del término municipal de Guía en aquella época. Mi inocencia era total y al principio estaba todo el día medio asustado y al mismo tiempo atento a todo lo que ocurría a mi alrededor, pues los chicos mayores solían darnos algunas bromas a los que éramos novatos. Menos mal que allí estaba don Blas Betancor para protegernos, pues a veces se pasaban un poco.
En un principio en mi curso, que lo formaban alrededor de treinta chicos, habían muchos grupitos que generalmente se elegían entre sí. Los chicos del pueblo como ya se conocían por un lado y los chicos de los barrios u otros pueblos por otro. Yo concretamente estaba siempre con un amiguito de mi mismo barrio llamado Octavio Martin. A medida que fue avanzando el curso y nos fuimos conociendo se fue cambiando de actitud y ya nos mezclábamos unos con otros y convivíamos todos juntos sin importar su procedencia. Yo concretamente me llevaba muy bien con algunos chicos del pueblo que no quiero nombrar por si se me olvida alguno. La verdad es que yo, según fui creciendo, me fui ganando el respeto de todos por mi forma de ser. Mi amigo Octavio solo estuvo el primer curso, pues suspendió varias asignaturas y no quiso seguir.
Pero la convivencia de los mayores en el pueblo era otra historia. Se que es un tema delicado, pero creo interesante que los jóvenes conozcan cómo se vivía en Guía en las décadas de los años 50 y 60 del pasado siglo. Las que me toco vivir a mi, pues en 1969 me fui a trabajar y a vivir a la ciudad de Las Palmas y venía al pueblo solo a visitar a mis padres, y algunos años a las fiesta de la Virgen y a la de Las Marias.
El problema que había en Guía en esa época era que habían diferencias de clases sociales muy señaladas; de “señoritos o señores a sirvientes y criadas”. Los señoritos o señores eran aquellos que vivían en el pueblo y tenían alguna finquita de plataneras, grande o pequeña, o una tienda de ropa o era profesor o maestro, médico, practicante o abogado, que de todo había. En definitiva bastaba con llevar chaqueta y corbata. Y los sirvientes eran todos aquellos, hombres y mujeres, que vivían en los barrios y que generalmente eran trabajadores del campo, (jornaleros le llamaban), y muchos de ellos trabajaban de peones en las fincas de plataneras de los señoritos o señores, y muchas mujeres de sirvientas en sus casas. Y como a tales les trataban. No exagero, era así. Y a pesar de todo ello se decía que Guía era una ciudad culta.
Pero, lo que son las cosas, ese estilo de vida, esa prepotencia, fue perjudicial para muchos de los hijos de esos señoritos, pues algunos de ellos creyeron que sus vidas se iban a desarrollar igual que las de sus padres y apenas se prepararon para el futuro. Verán, en la época de sus padres vivían muy bien con una pequeña finca de plataneras, pero con el paso del tiempo y el encarecimiento de la vida, cuándo los hijos se hicieron mayores eso ya no era posible, sencillamente no les daba para vivir y como no se prepararon debidamente para encarar el futuro pues tuvieron que sobrevivir de mala manera con empleos precarios. Y en muchos casos gracias a los enchufes en los recién fundados Hospital Insular y La Caja Insular de Ahorros de Canarias. Sin embargo algunos de los hijos de los pobres, con enormes sacrificios de sus padres, estudiaron y se trabajaron un porvenir más brillante que ellos, por lo que en muchos casos vivían económicamente mejor. En estos casos, que no fueron pocos, en una sola generación se había invertido la situación que había con sus padres.
Un ejemplo de enchufismo. Les voy a contar un caso que me ocurrió a mi. En el año 1.974, yo trabajaba en una empresa privada y como no estaba muy contento con lo que me pagaban, decidí presentarme a una oposición que convocó un banco nacional. Al primer examen nos presentamos cerca de 200 personas y se hizo por turnos en una de las salas de estudio de un Instituto situado en la calle Tomas Morales de Las Palmas de Gran Canaria. Yo aprobé el primer examen junto con otros quince o veinte aspirantes. El segundo examen también lo hicimos en el mismo Instituto y claro al ser muy pocos nos saludamos todos y nos deseamos suerte. Yo no la tuve y no lo aprobé. Unos meses más tarde tuve que ir a una sucursal de ese mismo banco en Guía para sacarle dinero a mi madre y me encuentro con un viejo amigo del pueblo, hijo de un terrateniente, que a mi pregunta que desde cuando trabajaba en ese banco me contó muy contento que había aprobado las últimas oposiciones celebradas hacía un par de meses. No me atreví a decirle nada, pues estaba claro que era un enchufado. Pensé que cada uno se tenía que buscar la vida como mejor pudiera. Si yo hubiera tenido un “padrino” seguro que hubiera aprobado. Yo seguí en la empresa privada. Un año más tarde cambie de trabajo y en ese nuevo empleo estuve feliz durante veinticinco años hasta mi jubilación. No me quejo de como me ha ido la vida; le di carreras universitarias a mis dos hijos y me hice con un pequeño patrimonio que hoy me ayuda en mi jubilación. Pero eso si, me lo he currado yo solito.
Volviendo a la época anterior, contaré algunas historias que reflejarán mejor el estilo de vida de clases sociales que había en Guía en aquellos años.
Historia número 1.– Yo estuve tocando el timple en la Rondalla Princesa Guayarmina, más conocida por la Rondalla de Chanito el Practicante, unos cuatro o cinco años. Había una cantante solista que aparte de cantar muy bien era guapísima. Era de Gáldar, de una familia humilde y vivía en el barrio de La Montaña. Un chico, amigo mío de estudios, que iba mucho a ver los ensayos se enamoró perdidamente de ella y la chica le correspondía. Pues no saben ustedes la que armo toda la familia del chico, que entonces tendría unos diecisiete años, para romper ese noviazgo pues decían que esa chica no era merecedora del chico. Aclarar que el chico no era rico pues vivían de una tienda de tejidos que tenía su padre en el pueblo; pero eso si, siempre vestía de chaqueta y corbata. Yo viví muy de cerca esa historia de amor y se lo que sufrieron los dos.
Historia número 2.– Yo empecé en la Rondalla Princesa Guayarmina con mi profesor y con él me acostumbré a llevar el timple debajo del brazo escondido en un cartucho de papel para que no lo vieran, porque entonces tocar cualquier instrumento de cuerdas, y mucho más el timple, estaba muy mal visto en Guía y era sinónimo de juerguista, de mala gente. Hasta tal punto era así, que en la Rondalla solo había un tocador del pueblo que era barbero; el resto de tocadores éramos todos de los barrios de la Atalaya, de Becerril, de San Juan y de la Montaña de Gáldar. Los señoritos estudiaban piano.
Historia número 3.- También en la Iglesia católica habían diferencias de clases, pues no se pueden olvidar aquellos entierros de 1ª, de 2ª y de 3ª. clase. Hasta en la muerte habían diferencias de clases. !!Cuanta hipocresía!!. Pero claro, esto no ocurría en Guía solamente, pues era una política de la Iglesia Católica.
Historia número 4.- Tampoco me olvido de la “bula”. Les explico porque esto sí que es gracioso. La “bula”, como recordarán todos aquellos que peinan canas, era una especie de canon que se pagaba a la Iglesia por concederte el privilegio de poder comer carne en Semana Santa sin pecar; ahora bien si te atrevías a comer carne en dichas fechas sin haber pagado la dichosa “bula” entonces el pecado era mortal y si morías arderías en lo más profundo del infierno. Así lo recordaba nuestro párroco todos los años. Como comentario personal añadiré que en esa época los pobres no teníamos dinero ni para comprar carne cuando menos para pagar la “bula”. Yo recuerdo que siendo muy pequeño, cuando vivía en Becerril y éramos muy pobres, en mi casa se comía carne cuando se mataba algún baifo o algún pollo o alguna gallina vieja a la que mi padre le hacía beber un poco de coñac para que la carne estuviera algo más blanda y se pudiera comer; pero en esa época en mi casa nunca comimos carne de res.
Historia número 5.- En 1966, el mismo año que me casé, tuve la suerte de que me tocara en sorteo una vivienda de tipo social en la zona de San Roque, en Guía. Por razones que no vienen a cuento, me enemisté con una persona que era algo mayor que yo y que también vivía en la misma zona, y para menospreciarme delante de alguien solía decirme: “Miren ustedes si es hasta de Becerril”. Yo claro me reía. Lo cuento para que vean que por el simple hecho de ser de un barrio nos consideraban de menor clase. Y él tampoco era rico, pero vivía en el pueblo.
Historia número 6.- Voy a contarles la historia del Casino de Guía, pues de seguro que hay mucha gente que lo desconoce y es de justicia que se sepa el esfuerzo que hicieron algunas personas.
También les relataré un hecho que ocurrió un día de la fiesta mayor de Guía, que fue muy criticado en toda la isla.
El antiguo Casino estaba situado donde mismo está el actual, pero en un viejo caserón de una sola planta que era propiedad de la Marquesa de Arucas. Allí iban los socios a jugar su partida de cartas o dominó, a leer la prensa y a tomar alguna copa en su cantina, pero había un mal ambiente porque decían que allí entraba cualquiera, sobre todo a su bar. Claro está que se referían a los que no eran socios.
Así que en una asamblea deciden que había que construir un nuevo casino. A tal efecto se nombró una comisión que encabezaba el letrado don Miguel García Lorenzo para que se negociara el precio de compra con la Marquesa. Una vez conseguido que la Marquesa les vendiera el viejo edificio, que al parecer costó lo suyo, había que conseguir la financiación y se llegó a un acuerdo con la Caja Insular de Ahorros para que le pagara a la Marquesa el precio de compra acordado, a cambio de quedarse con la propiedad de un gran local que se construiría en la planta baja del nuevo edificio para una sucursal de su banco. Esta operación fue magistral y un gran logro para el casino pues sin invertir una peseta se hizo con un viejo edificio que se transformaría en un solar y más tarde en el nuevo casino. Todo esto hay que agradecérselo al letrado don Miguel García Lorenzo que fue el negociador de todo el paquete.
Para la construcción del nuevo casino fueron muchas personas las que iban prestando dinero a medida que se fue necesitando. Luego, según se pudo, se fueron devolviendo las cantidades prestadas hasta la última peseta.
Una vez construido y puesto en funcionamiento el nuevo casino, se exigía para poder hacerse socio una cuota de entrada que oscilaba entre 5.000/7.000 pesetas, más la cuota mensual correspondiente. Este era el motivo por el cual los pobres no podían ni asomarse a sus instalaciones pues eran cantidades inalcanzables para ellos. Es preciso aclarar que el motivo de las cuotas de entrada fue para poder devolver los préstamos que habían hecho numerosos socios para su construcción, pues con solo las cuotas mensuales no alcanzaba.
Hubo un hecho que trajo mucha cola, y es el que les anuncie al principio de esta historia. Fue un 15 de Agosto de la década de los cincuenta y se celebraban las fiestas de la Virgen de Guía. Era costumbre que el día de la fiesta mayor, después de acabada la procesión se invitara a una comida a un número de personalidades que venían de la ciudad de Las Palmas. Este banquete que pagaba el Ayuntamiento se solía celebrar en el Hogar Rural y ese año habían venido diferentes autoridades civiles y militares encabezadas por el Gobernador Civil de Canarias. Un socio del casino que quiero dejar en el anonimato, había sido el anfitrión de ese banquete y a media tarde, ya todos comidos y bebidos, éste les invito a tomarse una copa en el Casino y desde su balcón ver la bonita batalla de flores. Cuando llegaron al Casino no se les permitió la entrada ni al Gobernador Civil ni al resto de autoridades porque no eran socios. !!Como lo están leyendo!!. !Le prohibieron la entrada al Gobernador Civil de Canarias!. !!La Máxima autoridad civil de canarias!!.
!Qué vergüenza!, pues incluso se publicó en la prensa y fue muy criticado en todas partes. Pero lo peor, lo más triste, es que se sintieron orgullosos de su hazaña.
A mediados de la década de los sesenta se quitó la cuota de entrada para todos aquellos que quisieran hacerse socios. Una gran parte del pueblo se hizo socio y el Casino cobró vida y empezó a funcionar como nunca lo había hecho. Casi todos los sábados se organizaban grandes bailes con orquestas que llenaban sus salones de gente. La cantina se arrendó y empezó también a funcionar a tope. Fueron famosos los bailes de carnaval, pues había una costumbre que era muy valorada ya que no se dejaba entrar a ningún hombre disfrazado de mujer. Un directivo tenía que verle la cara a todo el que entrara disfrazado.
Sin embargo, en Gáldar, a tan solo dos kilómetros de distancia, era totalmente distinto. No existían diferencias de clases. Allí se mezclaban y convivían todos con el mutuo respeto que exige la convivencia. Y en su Casino eran socios todo aquel que quería serlo sin pagarse cuota de entrada.
Yo mismo me hice socio de ese Casino, pues tenía novia en Gáldar y lo visitaba con mucha frecuencia. Desde luego tenía muchísima más actividad social que el Casino de Guía del cual también fui socio cuando quitaron la cuota de entrada.
Afortunadamente, con las nuevas generaciones todo fue cambiando y desaparecieron las diferencias de clases sociales en Guía.
Espero que nadie que lea esta vivencia se sienta molesto u ofendido, pues mi única intención es, como ya indiqué, que la juventud actual conozca como era el pueblo de sus abuelos en aquellos años. Al menos tal cual yo lo viví.