Esta anécdota no es simpática. En realidad no tiene maldita la gracia, pues se trata de una pequeña historia muy triste. Hace más de cincuenta años que ocurrió y aún me emociono al recordarla.
Me encontraba en Arucas por las fiestas de San Juan con mis inseparables amigos Pepe Bautista, Efrén Armas y Jorge Padrón, paseando por esa bella ciudad de las flores, como es conocida por sus bellos jardines. La verdad es que no recuerdo bien el motivo de haber ido a esa fiesta, pues los cuatro teníamos nuestras novias formales por lo que no creo que el motivo fuera para ligar a alguna chica. Seguramente fue por el simple hecho de ir a una fiesta y tomarnos unas copas. Habíamos ido en el “Renault Gordini” de Efrén, su primer coche.
En un momento dado, ya pasadas las diez de la noche, entramos a un bar a tomarnos unos cubatas con alguna tapa, cuando se nos acerca un niño de unos nueve años y nos dice con una voz que sonaba muy triste, que si le podíamos comprar un bocadillo pues no había comido nada desde el desayuno y tenía mucha hambre. Nos sorprendió que ese niño tan pequeño estuviera a esa hora en la calle y también porque la mayoría de la gente que solicita ayuda te piden dinero pero raras veces comida, y además por la carita de tristeza qué tenía al pedirlo. Le preguntamos de qué quería el bocadillo y nos dijo que de cualquier cosa; también le preguntamos si tenía familia y nos contestó que sí, que vivía con su padre y dos hermanos más pequeños que él, pero que su padre, desde que murió su madre, se emborrachaba mucho y a veces se olvidaba de ellos. Le preguntamos si sus hermanitos habían comido algo y nos contestó que no, pero que el compartiría el bocadillo con ellos y que estaba muy agradecido con nosotros por lo bien que lo tratábamos, porque casi todos a los que pedía no solían hacerle caso y algunos se reían de él. Se nos encogió el corazón y nos quedamos mirando al pobre niño llenos de tristeza y luchando contra alguna lagrima que quería salir. De inmediato le pedimos al camarero tres bocadillos y tres refrescos y le dijimos al niño que esperara junto a nosotros. Nos tomamos dos cubatas y dos tapas cada uno y viendo que aún los bocadillos no salían, pues el bar estaba abarrotado de gente, le preguntamos al barman cuánto costaban los bocadillos y los refrescos y le dimos al niño una cantidad cerrada, que eran un par de pesetas más de lo que nos dijo el barman, para que él pagara cuando se los entregara, y nos fuimos de nuevo al paseo a coger un poco de aire porque la historia del niño nos había dejado muy tristes.
Cuando ya había pasado un buen rato desde que salimos del bar y estábamos paseando, sentimos que alguien nos llamaba “señor” “señor”….y nos tocaba por detrás para hacerse ver. Era el niño que llevaba dos cartuchos entre las manos y el pecho y que venía a darnos las gracias y a devolvernos unas pesetas que le habían sobrado. ¡Coño, eso no era normal!. !Este niño era una bendición de Dios!. Por muchos esfuerzos que hicimos no pudimos evitar que se nos escaparan unas lágrimas. Le dijimos al niño que eran para él y salió corriendo a darles de comer a sus hermanitos que habían quedado solos en la casa.
Jamás olvidaré a este niño por muchos años que pasen. Supongo que mis amigos tampoco.
Les puedo asegurar que ahora, en este momento en que estoy rememorando y escribiendo la historia, también me han vuelto a salir unas lágrimas.