El «Colegio Santa Maria de Guía» en la ciudad de Guia y el «Cardenal Cisneros» en la ciudad de Gáldar eran los únicos Colegios que habían en la zona noroeste en donde se podía estudiar el bachiller, cuando yo me iniciaba en estos estudios en el año 1.953. Ambos eran privados en donde había que pagar una matrícula al inicio de cada curso y una cantidad mensual. El Colegio gratuito mas cercano estaba en la ciudad de Las Palmas, El Instituto Pérez Galdós.
Yo estudié el bachiller en el Colegio Santa Maria de Guía. Como eran colegios privados, los exámenes finales, a partir del tercer curso, los tenían que hacer los profesores del Instituto Pérez Galdós. Recuerdo que los dos primeros cursos nos examinaron los mismos profesores de nuestro Colegio y los aprobé en Junio sin ningún problema. A partir del tercer curso nos examinaban los profesores del Instituto Pérez Galdós, bien viniendo ellos a Guía o yendo nosotros a Las Palmas.
Yo reconozco que a partir del tercer curso no fui un estudiante modelo, pero el que te examine un profesor distinto al que tú conoces de todo el curso, y el que también te conoce a ti, fue un problema tremendo, al menos para mi. Me podía la presión; en los exámenes orales se me quedaba la mente en blanco; en los que eran escritos se me daban mejor.
Unos años mas tarde se abrió el Instituto Laboral de Guía, que era gratuito. Hay que resaltar la enorme influencia que tuvo la apertura de este instituto, pues por fin hubo un colegio gratuito en la zona noroeste de la isla en la que se obtenía el bachiller. Pronto se lleno de chicos de los barrios más pobres de Guía y de los pueblo de Gáldar, Moya y de Agaete.
Para las chicas la única oportunidad estaba en el Colegio de Las Dominicas, que dependía del Colegio Santa María de Guía para las que estudiaban el bachiller, pues aún no existían los colegios mixtos. Los exámenes finales a veces los hicimos juntos, a partir del tercer curso con los profesores del Pérez Galdós.
Así que todos aquellos chicos que quisieran estudiar el bachiller y que vivieran en los pueblos limítrofes, como Agaete y Moya, tenían que desplazarse a Guía o a Gáldar, porque entonces las comunicaciones para ir a Las Palmas capital eran muy precarias, pues el coche que había de línea, le llamábamos «el coche de hora», tardaba en hacer el recorrido desde Guía en torno a las dos horas y media. Vamos cinco horas entre la ida y el regreso, aparte del costo diario. También estaban los «piratas» como se les llamaba a los taxis que hacían el recorrido a la ciudad de Las Palmas, que eran algo más rápidos pero también algo más caros. No habían otras posibilidades.
Don Blas Betancor era una persona muy educada, paciente, amable y cariñoso sobre todo con los más pequeños, a los que protegía y aconsejaba continuamente. Era Profesor de EGB, Maestro Nacional como se les llamaba entonces, y su función en el Colegio Santa Maria de Guia era la de Jefe de Estudios. Cuando llegue a dicho Colegio con algo mas de diez años, para empezar a hacer el bachillerato, como es natural y al igual que todos los demás chicos, estaba algo preocupado, nervioso y asustado por lo desconocido, porque además los mayores te quieren hacer bromas, algunas de ellas muy pesadas. Pero ahí estaba don Blas para protegerte.
Antes de seguir con don Blas, quiero recordar a los profesores que teníamos: doña Julia Mendoza profesora de matemáticas y Directora del Colegio; don Luis Cortí de geografía; doña Pilar Cortí de historia; doña Carmelina Ramirez de literatura y francés; don Fernando Quintana, cura, de religión; y don Bonifacio Rodriguez de política. Creo que estos eran todos. Años después se incorporaron dos nuevos profesores, uno de matemáticas que no recuerdo su nombre y Don Abundio de educación física. No se si se me habrá olvidado alguno. La estrella del profesorado, sin duda, era don Luis Cortí. Pero en general la enseñanza que se impartía era de una gran calidad y los alumnos salíamos con una buena base. Desde luego infinitamente mayor que con la que salen hoy en día.
Don Blas era quien te ponía la nota de comportamiento en el boletín semanal y, al menos en mi caso, mis padres le daban mucha importancia. Empezabas la semana con diez puntos y según tu comportamiento durante la semana te iba restando. Yo recuerdo que en más de una ocasión acudí a la casa de don Blas para pedirle que me subiera algo la nota, pues llevar a casa un suspenso en comportamiento me ocasionaba problemas. Que yo recuerde, las pocas veces que fui, siempre me la corregía con un aprobado, con la promesa de que tenía que portarme mejor. Yo no era mal chico pero a veces te ponías a hablar con algún compañero o te ponías a jugar a los «barcos» y por eso te quitaba puntos.
A don Blas le gustaba mucho leer novelas de western americano, del autor de moda Marcial La Fuente Estefania y algunos alumnos de los cursos mas avanzados, cuando don Blas se ausentaba de la sala en algún momento, le arrancaban algunas hojas del centro de la novela y claro cuando llegaba la lectura a esa zona, cuando más interesante debía de estar, pues se encontraba un salto tremendo en la narración. Entonces, aunque no decía nada, se le notaba el enfado y por el mínimo motivo te estaba quitando puntos.
Recuerdo que en una ocasión se le ocurrió a Roberto Santiago, estaba un curso o dos anterior al mío. recoger junto a los árboles de la plaza grande a un mirlo que se había caído de su nido. Al mirlo ya le estaban saliendo las plumas y corría una barbaridad. Pues bien, se lo metió en el bolsillo y cuando estaba en la sala de estudios lo suelta y empieza el mirlo a piar y a correr por toda la sala que ya se pueden imaginar la que se armó. Eramos todos los chiquillos corriendo detrás del dichoso mirlo y no había quien lo cogiera. Don Blas nunca se enteró de quien había sido el autor de tal broma, pero se cogió un berrinche de mucho cuidado. Roberto era demasiado.
También le recuerdo en el recreo enseñándonos algún juego. A veces se ponía a jugar con nosotros a «pincha la uva», él era el que estaba sentado y en donde el primero de los chicos apoyaba la cabeza en sus rodillas. Cuando ya estaban los unos encima de los otros don Blas decía a viva voz: «arriba o abajo». El primer equipo que se rindiera, generalmente el que estaba debajo soportando el peso de los que estaban arriba, ese era el perdedor contestando el capitán «abajo». A veces también perdían los que estaban arriba, pues los de abajo trataban de tirarlos y si alguno caía al suelo perdían. Luego se invertían las posiciones. Era un hombre entrañable, todo corazón.
Una norma impuesta por el Gobierno era que cada mañana lo primero que se hacía era formar en el patio de recreo al estilo militar y después de alinearse y cubrirse y en posición de firmes se rezaba un padre nuestro y a continuación se cantaba el «Cara al Sol». Cuando acabábamos se rompían filas y subíamos todos al salón de estudios.
Me viene ahora a la memoria las salidas y las marchas que hacíamos vestidos de falangistas. Recuerdo una ocasión que habíamos ido a Las Palmas en la camioneta de Fidel, creo que a una competición de atletismo, y como cuando acabamos teníamos hambre, Antonio del Pino y yo entramos a una tienda y le pedimos a una chica que estaba atendiendo dos bocadillos de jamón. El problema se nos presentó cuando la chica nos preguntó que si los queríamos de jamón cosido o de jamón serrano. Nos quedamos mirando uno para el otro sin saber qué decirle, hasta que a uno de los dos se le ocurrió decir que el más barato. Naturalmente nos lo hizo de jamón cocido, pero nosotros solo lo conocíamos por «jamón», y lo del serrano era la primera vez que lo escuchábamos.
Al siguiente día se lo conté a don Blas que le hizo mucha gracia, y me explicó qué era el jamón serrano y de donde salía. Aprovechaba cualquier oportunidad para tratar de enseñarnos.
Don Blas y su inseparable cachimba. Se jubiló años más tarde por la edad y todos le echamos mucho de menos. Sirvan estas páginas como un cariñoso recuerdo a su figura tan llena de humanidad.