Baltasar Espinosa ya es necesario en nuestras vidas, que se lea en las escuelas y en los institutos, que pueble las bibliotecas públicas canarias, nacionales y las del ancho mundo.
Con Baltasar Espinosa me unen vínculos emocionales que van más allá de la literatura, pues habiendo nacido en 1937, he de suponer que cuando sus padres se trasladaron a Gáldar asistió a la Escuela Graduada en el mismo curso de mi hermano mayor, que tiene su edad y lo frecuentó, así como a sus padres y hermanos. El matrimonio de maestros Espinosa Lorenzo fue muy amigo de mis padres, también maestros de escuela y de hecho vivieron en la calle Aljirofe, aunque no me consta con certeza que fuera en la misma casa donde mis hermanos mayores y yo nacimos.
Luego se fueron a vivir a una preciosa casa decorada con mosaicos valencianos y un torreón que estaba -o sigue estando- casi frente por frente al cementerio viejo. Al trasladarse a Las Palmas tanto sus padres como los míos a sus nuevos destinos, mi padre siguió frecuentando la amistad de su padre, don Baltasar Espinosa, que era maestro en un grupo escolar cercano a la Ciudad Deportiva Martín Freire y mi madre a su hermana Inmaculada, maestra en el Grupo Escolar Cervantes, cercano al cementerio viejo de Las Palmas. Esta vinculación amistosa, casi familiar, la tengo como algo muy valioso en mi vida, porque es un dato que me acerca humanamente a la persona de Baltasar Espinosa Lorenzo.
En realidad, la primera noticia que tengo de sus versos es con la aparición del volumen Poesía Canaria Última (1966), en el que no estoy presente por mi ausencia en Salamanca. Me fascinaron aquellos poemas tan depurados y su fotografía es la primera imagen que tengo de él. Se lo enseñé a mi familia, lo reconocieron, y me hablaron de los avatares sucedidos en Gáldar por aquellos años, del cariño que los unía, y de que unos padres que eran tan lectores sólo podían venir hijos literatos o músicos, como eran él y su hermano Pedro.
Aprendieron ambos a tocar el piano desde temprana edad con su madre, y ese fue su modo de subsistencia. Pedro es el gran músico que conocemos y Baltasar el enorme poeta que desde es ya patrimonio de la literatura escrita en castellano. Y un orgullo inmenso para nosotros los galdenses, que lo tuvimos jugando por estas calles, respirando esta atmósfera de platanares, pasado prehispánico y salinidad marina.
Gáldar siempre estuvo en él con una viveza de recuerdos, según me contó en las dos visitas que le hice a su domicilio madrileño, cerca del Estadio Bernabéu, todavía casado con Kedy, la periodista alemana madre de su única hija. Me contó que recordaba perfectamente sus juegos infantiles en el Huerto Misterioso, una finca abandonada que limitaba la calle Aljirofe, a mis padres y hermanos, y a mi cuando todavía era pequeño. Y de la cercanía familiar de nuestras dos familias.
Se comprenderá por consiguiente que ‘Saro’, como lo llamábamos, se convirtiera en un amigo entrañable desde entonces. Y un poeta al que rendí mi admiración citando algunos de sus versos en uno de mis primeros libros y confirmando esta dependencia emocional cuando le dediqué Cuaderno de Campo (2016), compartidamente con mi querida madrina doña Rosa María Martinón Corominas, como mis indeclinables referencias galdenses, literaria una y educativa, la otra.
Naturalmente fui comprando y leyendo sus libros sucesivos, Los días (1968), Hormas (1977) y siempre con la misma impresión: la de encontrarme ante un poeta esencialista y decididamente existencialista, pues en sus versos es el ser el que es desvelado y revelado como materia prioritaria, sea para el gozo, el sufrimiento, la irresolución del conflicto interior y la duda.
Aprendí de él que un modo de expresión aproximada a la idea de poiesis era justamente esa: ser en el lenguaje con la naturalidad con que nos venga al borrador la materia argumental.
Por entonces compartía este gusto por Espinosa con mi amigo el poeta Sergio Domínguez Jaén, y a ambos nos parecía injusto que mientras otros poetas de su generación fueran siendo editados y leídos, Baltasar había caído casi totalmente en el olvido, porque no se escribía nada sobre su obra y la lejanía de Canarias tenía la culpa.
Decidimos, pues, que había que reunir algunos poemas inéditos que conseguimos de él mismo y de su hermana para publicar el volumen De la sombra (1995) en la colección Ultramarino que llevaba Lázaro Santana. Son mayormente poemas de circunstancias, dedicados a sus seres queridos. Luego vendrían otros títulos, reafirmando una poética paralela a su circunstancia vital, ya gastada por un declive anímico que se transparenta en versos agónicos o esperanzados, según su estado.
De la edición de sus Obras Completas (1962-2011) presentada recientemente, tengo que declarar mi profunda admiración por el trabajo ingente, depurado y profundo que ha hecho la periodista Josefa Molina Rodríguez para reunir todos sus escritos, sumar los inéditos, yendo a buscarlos a Madrid y el maravilloso texto titulado “Exposición de motivos”, donde explora el trayecto literario y vital de nuestro poeta, desvelando las claves de una poética cruzada entre el recuerdo de la infancia, el amor por su tierra y por los suyos, y la desolación y los altibajos de la condición humana.
Un inmenso trabajo que hay que agradecerle, pues fue su iniciativa reunir esta obra y cuadrar un volumen que era ya urgente para normalizar a Espinosa y entregarlo a los lectores y lectoras actuales y de la posteridad.
También el cuerpo fotográfico que contiene, completísimo y evocador de todas sus etapas vitales. Hemos tenido la suerte de entrar en este proyecto, por invitación suya, dado que al parecer fui el motivo por el que Josefa llegó al conocimiento de Espinosa, y reitero mi agradecimiento por la cercanía ya expuesta a su persona y a su obra. Gáldar y su cultura deben estarle también agradecidos por esta iniciativa con el mejor poeta galdense que haya existido.
Poco más puedo añadir. Sigamos pues en esta trinchera de guerrilla cultural independiente y voluntariosa para que la Literatura, tal como lo es la paz, la justicia, la igualdad, la democracia, el amor, la amistad, la conciencia crítica, el radiante sol que nos alumbra y da vida, y también la deseada vacunación masiva, sean por fin bienes de primera necesidad para ser algo más felices en este tiempo convulso que nos ha tocado malvivir.
Baltasar Espinosa ya es necesario en nuestras vidas, que se lea en las escuelas y en los institutos, que pueble las bibliotecas públicas canarias, nacionales y las del ancho mundo. Acérquense pues a sus páginas y quedarán deslumbrados, aunque también algo heridos porque sin soledad bien llevada y productiva como fue la suya no hay poesía pura. Lo efímero es la espuma, el resto es eterno.
Gáldar ya está de enhorabuena: tiene su poeta en el Parnaso de los mejores.
Ángel Sánchez
Laguna de Ossorio (Valleseco)