Decía Aristóteles que el que no ha aprendido a obedecer, no puede ser un buen comandante. Sabio, el griego. Yo, que tengo una nómina por un trabajo en el que tengo que cumplir las pautas marcadas, sé cómo gestionarlas cuando soy el director de algún proyecto artístico. Y no, no es lo mismo ser el jefe que ser un líder. Quizás es muy obvio, pero, a veces, hay que recordarlo.

         Unos tendrán una patrona disciplinada como Margaret Thatcher; otros a un conciliador Mahatma Gandi; algunos a un bravo, pero conspiranoico Julio César; con suerte te tocará alguna con visión y tesón como Marie Curie y, sí, no me olvido de los que tienen uno que vive en los mundos de Yupi. Yo he tenido jefas a las que he admirado y otras a las que me he limitado a cumplir. ¿Y cuál es la diferencia?

         El otro día iba paseando por la playa y se me ocurrió una frase que lo resume a la perfección. No sé si la habré oído en algún lado. Si no es así, me la apropio. Líder es el que dice “chicos, ayúdenme a mover esta piedra” mientras que un simple jefe te diría “chicos, tienen que mover esa piedra”. Para ganarse la confianza y la motivación de los demás, hay que levantar la bandera y pedirles que te sigan. Si el camino es el correcto, se sentirán orgullosos de hacerlo. Por eso gana tanto dinero Cristiano Ronaldo. No son solo los goles que marca. Es la forma que tiene de hacer que sus compañeros quieran ser mejores futbolistas. Eso le valió cuatro Champions casi seguidas al Real Madrid. Desde que se fue, ese club un barco a la deriva en el que Sergio Ramos intenta ser líder, pero es más un jefe.

         Y es que, siempre, hay que dejar claro quién dirige. En mis propias carnes he sufrido trabajar con gente que, tras los éxitos, se sienten con la capacidad de ser los nuevos líderes. Estos, acabarán intentando desestabilizarte, porque tienen que demostrar que sus ideas son “todo lo contrario posibles” y mejores que las tuyas para sobresalir. ¿No les suena lo mismo a los gobiernos y sus correspondientes oposiciones? Pues igual. Yo construí un proyecto musical en el que todo el equipo me siguió a ciegas. Casi todos los teatros con el cartel de “no quedan entradas”. Después de dos idílicos años, pasamos a una fase en la que cada una de mis decisiones era un continuo debate, porque ahora todos entendían más que yo. Me tuve que convertir en jefe para poder mantener el proyecto. Ya nada fue lo mismo y acabé dimitiendo abatido.

         Pero si eres subordinado, también tienes tus opciones. Pues, por un lado, puedes disfrutar de tu trabajo y aportar todo lo que hay dentro de ti para sentirte orgulloso y parte de un equipo o, simplemente, acatar las órdenes hasta la hora en que suena la campana de salida de la fábrica. El problema de tener un jefe que no es líder acarrea que cada quién haga la guerra por su lado. Esto genera una desestructura que acaba, tarde o temprano, en caos. Si en una empresa tienen un director que, incluso siendo bueno apagando fuegos, no aprende a prevenirlos; estará más tiempo dedicado a solucionar problemas que a organizar el trabajo. Y atención, si los resuelve a menos velocidad que a la que surgen los inconvenientes, tendremos el efecto “olla a presión”, que llegará un momento en que explote y será demasiado tarde para todo el equipo que se sumirá en guerras personales sin saber por qué.

 

Luis Alberto Serrano
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