Desaparecimos sin conocer el paradero inmediato, mientras se iban perdiendo nuestros pasos.

Recuerdo solo que era invierno, la lluvia caía constante y el viento azotaba frío.

Quedaba poca leña junto a la chimenea, pero mucho amor entre nosotros.

No había manera ya de calentar el fuego y las noches se convirtieron en largas y oscuras.

Los caminos cortos y como un expediente cerrado, ya nadie nos buscaba ,ni siquiera nosotros a nosotros mismos.

Dios asi lo quiso y nos fabricó la madrugada para poder huir de aquella vida.

Ahora navegamos en una placida mar por Él prometida, lugar divino de luz, paz, amor y de rebosante sosiego.