Me entrego como siempre a pecho abierto
sin miedo al devenir en noche fría,
pendiente de no darme en carestía
al cielo que se muestra al descubierto.
No quiero convidarme al desacierto
por no vivir mi error más todavía,
herido y con el alma tan vacía
que todo pareciera medio muerto.
Me entrego sin prisión al sol que asoma
invicto por la faz de mi ventana,
creciendo hasta sentirlo que me toma.
No quiero sucumbir a mi desgana,
ni quiero ser amor que se desploma
en esta guerra absurda y cotidiana.