Quien desea una vida contigo, quien renuncia a tantas otras cosas, e incluso a tantas otras personas, quien te sueña, te acaricia hasta con el pensamiento, te ama, te todo…
Pero no es suficiente, hay otras sonrisas, otras miradas por conquistar, otras faldas por levantar. A veces se deja un maravilloso diamante por cualquier brillo efímero, por la que se vende más barata, por la que se entrega sin valor, o por la que rompe y rompe y rompe parejas, esa gata vieja y deforme que un día se creyó pantera…
Y de repente se llora, se llora en silencio lo que no se volverá a tener, lo que se ha perdido “eternamente”. De repente descubre el valor de lo eterno, en este caso con el dolor de la ausencia, y el conocimiento de que jamás volverá a latir su recuerdo en ese corazón perdido para siempre. Ahora late otra mirada, otra sonrisa; ahora otros labios la hacen feliz, ríe las ocurrencias de quien realmente la ama, de la persona que es acariciada en las noches, besada al amanecer… ¡¡y duele, duele tanto, que es insufrible!!
Ahora llega la sed de venganza: o te tengo o te destruyo.
Hay quien no sabe aceptar que perdió lo más valioso que jamás pudo tener, a la persona que lo amaba y respetaba, la que lo admiraba, la que le tenía en un pedestal y había sido elegida para compartir el resto de su vida, la que le puso tantos valores que jamás tuvo…
En la bifurcación del camino no supo decir como el zorro a las uvas que no pudo alcanzar: “están verdes”, tuvo que arrancar el más terrible dolor de un corazón noble, y se volvió a equivocar,
porque ese corazón noble de cada dolor saca las fuerzas para seguir adelante y dar gracias a la vida por el tiempo que fue feliz, por la terneza compartida, por las risas que aún hacen eco en su alma, por la paz que inunda su corazón al saber que siempre actuó bien y que bajo otro cielo, algún día… volverá a abrazar a esas dos almas que hoy son ángeles llenos de luz.
Irene Bulio