El Abuelo calzaba
la edad en sus botas, era un niño grande con surcos en la piel. Surcos arados,
hurgados por los años, labrados por él.
Su cabello blanco un soplo de nubes cubriendo las noches vanas, cuando
la nostalgia se iba a dormir. Leía en soledad
tras el postigo de la ventana
o jugaba a las cartas a la luz del quinqué. Miraba con dulzura
la sortija de boda, quemando los sueños con el humo hervido de un café.
Sostenía el tabaco entre los mimbres de sus labios intentando fumarse la vejez.
Quiso encontrar la brújula perdida que le impidió realizar sus labores; mientras, la abuela escondía el tedioso tabaco y compraba
golosinas de azúcar y miel. Se fue con los bolsillos vacíos,
sin plata que ofrecer, oliendo a pastillas
de limón, envueltas en trazas de papel.
- G. H.
Laura González Hernández