Mi reflexión sobre lo que se está viviendo hoy en Afganistán por Chema Blanco

El pánico y el pavor se adueña hoy de los afganos que buscan desesperadamente una plaza de avión que no existe, mientras la comunidad internacional les abandona a su suerte en una huida vergonzosa.
 
Imagina por un momento cómo te sentirías si Canarias o España fueran tomadas a la fuerza por el terror y el resto de los países mirara para otro lado y se quedara cruzado de brazos.
Muchos afganos sufrirán la venganza talibán, pero son las mujeres las que quedan en una situación desesperada.
 
Si te fijas, en el video de la dramática huida no hay mujeres. Allí las mujeres “no existen”. Son un un mero elemento, sin derechos, una “cosa” para uso del varón.
Hoy recuerdo a una joven profesora universitaria, de apenas 30 años, a la que entrevisté en Kabul hace años cuando, radiante y llena de esperanza, estrenaba la “libertad duradera” tras la cacareada y mentirosa victoria de las fuerzas occidentales ante el talibán.
 
Me la imagino ahora, si todavía vive, aterrorizada ante lo que vuelve a su vida, la venganza de los radicales amparados por los “señores de la guerra”. Los poderosos y ricos líderes comarcales que, aliados con las grandes potencias internacionales, manejan el tráfico de opio, del que Afganistán es el principal proveedor, el 90%, con el que se produce la heroína de todo el mundo. Y con cuyas ganancias financian a los talibanes y otros grupos.
 
Y manejan además la vida de millones de personas que no han tenido ni tan siquiera la oportunidad de estudiar y cuyo único objetivo diario es poder llegar a la noche con vida.
 
Imagina cómo sería tu vida si el caprichoso azar te hubiera hecho nacer o vivir allí.
 
Con la llegada del terror, a las mujeres afganas se les prohibirá reír en voz alta
 
No podrán trabajar fuera de sus hogares y se les prohibirá cualquier actividad fuera de casa en la que no estén acompañadas por su marido, padre o hermano. Ni siquiera podrán asomarse a los balcones de sus propias casas. Las ventanas serán opacas para que no puedan ser vistas desde fuera.
 
Se les prohibirá estudiar en escuelas o universidades y se les obligará a llevar burka de la cabeza a los pies bajo pena de azotes, palizas o abusos verbales. Serán azotadas las que no oculten sus tobillos.
 
Ni podrán usar cosméticos, ni siquiera tacones o cualquier zapato que haga ruido al caminar, ni vestir con colores vistosos porque son sexualmente atractivos. Ni usar pantalón debajo del burka.
 
Serán acusadas de lapidación pública las que mantengan relaciones fuera del matrimonio (que en muchas ocasiones se conciertan entre niñas y hombres de más de 50 años). Ni siquiera podrán hablar o estrechar la mano con hombres que no sean su marido, hermano o padre.
 
Ni podrán practicar deportes o entrar a un gimnasio, o montar en bicicleta o en moto. O coger un taxi. O compartir guagua con los hombres. O acceder a baños públicos.
 
Les estará prohíbido aparecer en fotografías y videos.
 
No podrán tener presencia en la radio, ni en la televisión ni en ninguna reunión pública. Pero tampoco podrán escuchar música, ver películas, celebrar año nuevo…
 
Hoy siento una gran tristeza por ella, aquella ilusionada profesora universitaria, y por todas las mujeres afganas, pero también siento una gran tristeza y una enorme desesperanza por todos lo que se muestran impasibles ante lo que pasa.
 
Estas dramáticas imágenes que nos llegan a duras penas desde allí, son similares a otras que no vemos pero que se producen cada día. Las de las huidas desesperadas de otros seres humanos en otros países que les llevan a jugarse la vida a cara o cruz -muchos la pierden en el más estricto anonimato- en travesías de días interminables en pateras o cayucos en los que cualquiera de nosotros no aguantaríamos ni siquiera unos minutos.
 
Las personas son personas, y tienen su valor como tales, independientemente de que estén lejos o cerca, de su raza, de su sexo o condición.
 
Hoy estoy muy triste, pero también muy avergonzado, por tantos seres humanos carentes de la mínima humanidad.