La familia Benitez Hernández eran nuestros vecinos más próximos cuando vivíamos en la finca de Las Cuartas. Y no es que estuviéramos muy cerca, pues nuestras casas estaban separadas por el barranco de Las Garzas, pero nos veíamos a diario porque ellos tenían que pasar por una carretera privada de la finca donde vivíamos y que mi padre era el encargado, que pasaba justo delante de nuestra vivienda. Y como es natural nos llevábamos muy bien.
Esta familia tenía unos terrenos y una casa en el barrio de San Juan, en donde llaman La Dehesa, del término municipal de Guía. Allí plantaban papas, millo, coles, rábanos, judías y forraje para los animales, pues siempre tenían un par de becerros que eran necesarios por su estiércol para el abono de la finca y porque además era un buen negocio, pues los compraban apenas se destetaban y los vendían cuando eran toros de 700/800 kilos.
El responsable del cuidado de esta finca era el hijo Paco que tendría entonces 17/18 años. Paco se levantaba todos los días, de lunes a sábado, muy temprano, y los domingos como solo iba a echar de comer a los becerros se levantaba algo más tarde. Cogía su viejo burro y tiraba para La Dehesa que estaba a 6/7 kilómetros de distancia. El burro no es que fuera necesario para Paco ir y venir montado en él, sino más bien para el regreso, pues siempre había algo que traer para la casa, que si un saco de papas o de millo, algunas verduras, hortalizas, etc.
A veces se llevaba la comida para almorzar en la casa que tenía la finca y otras trabajaba hasta el mediodía y almorzaba en su casa de Guía. Todo dependía del trabajo que tuviera que hacer ese día. El padre le daba todos los fines de semana una gratificación para que tuviera para sus gastos.
Como es lógico, después de tanto tiempo yendo a La Dehesa, hizo amistad con algunos jóvenes de su edad. Sobre todo con dos hermanos que tenían una barbería y un bar-tienda, en donde también se jugaba al dominó y a las cartas.
Lolita, su madre, notaba que últimamente su hijo Paco no traía nada para la casa y en una familia que la formaban ocho personas cualquier ayuda para la comida era poca. Incluso a veces traía unos rábanos que tenía que tirar de duros y viejos que estaban. Le preguntaba a su hijo que pasaba y siempre le contestaba con alguna evasiva o disculpa. Hasta que un día se lo cuenta a Manuel, su marido, que inmediatamente sospecha que allí hay gato encerrado, y decide averiguar por su cuenta el motivo por el que la finca no está produciendo como antes venía haciendo.
Manolito, como le llamábamos todos, se quedó bastante preocupado con lo que le dijo su mujer, y pensó que tenía que ir un día a ver cómo estaba la finca, pues hacia una partida de meses que no la visitaba. Unos días más tarde su hijo Paco se pone enfermo de gripe, con mucha fiebre, y se tiene que quedar en la cama.
Manolito aprovecha la ocasión y ese mismo día, después de dejar asignado el trabajo a los peones de la finca, de donde era el Encargado, coge el burro y tira para la Dehesa. Cuando llegan a la altura del bar-tienda el burro se planta y no había manera de hacerlo caminar. Inmediatamente entendió el motivo del abandono de la finca. Su hijo Paco se paraba todos los días aquí y se pasaba la mayor parte de la jornada de trabajo jugando a las cartas o al dominó. Cuando al fin pudo convencer al burro para que echara a andar y llego a la finca, lo que vio le confirmó todas sus sospechas. Hasta los dos becerros estaban flacos por la falta de comida, pues seguramente llegaba a última hora y deprisa y corriendo les echaba de comer cualquier cosa, a todas luces insuficiente. Se puso a segar unas hierbas para los animales y después de echarles de comer abundantemente, darles agua y arreglarles las camas, decidió echar un vistazo a las tierras y vio que estaba todo vacío, ni papas, ni millo, ni verduras, ni hortalizas, ni nada. No había nada que llevar para la comida de la casa ni forraje para los animales. Cuando acabó de ver todo y de atender a los dos becerros, tiro de vuelta para Guía. Tenía que hablar con su hijo Paco muy seriamente.
Cuando llegó a su casa ya Paco estaba algo mejor de su gripe, pues le había bajado la fiebre. Entró en su dormitorio que compartía con su hermano Juan, ausente en ese momento, y le detalló como había encontrado la finca y los animales, y que daba vergüenza ver cómo estaba todo. Aunque antes de llegar a la finca, le dijo, ya sabía que estaba abandonada y que te pasas casi toda la jornada de trabajo jugando a las cartas y al dominó. Y no me vayas a decir que no es cierto porque el propio burro te delató, pues se plantó delante del bar-tienda y no había quien lo hiciera caminar. Paco estaba avergonzado. Siguió su padre con su merecido rapapolvo y acabó diciéndole muy seriamente que tenía dos opciones: A). Seguir ocupándote de la finca y atenderla como Dios manda. B). Buscarte un trabajo y aportar una parte del sueldo a los gastos de la casa.
Paco sabía que los trabajos estaban difíciles de encontrar y decidió, de momento, seguir atendiendo la finca como es debido. Y ya ajustaría cuentas con el alcahuete del burro.
Esa semana no hubo gratificación, pero a partir de ese momento Paco cuidaba la finca como si fuera un jardín. Nunca más su padre tuvo que llamarle la atención. Era un buen chico y cuando se es joven se cometen errores. Pero lo importante es asumirlos y rectificar y volver por el buen camino.