Cuando yo era un niño recuerdo que algunos Domingos por la tarde se celebraba alguna partida de envite en el patio de la casa de mis abuelos maternos en Becerril de Guía. Era una casa enorme que daba a dos calles.
La parte baja de la casa, la parte noble, tenia un patio bastante amplio y habían muchas plantas que le daban al lugar una belleza casi natural. En esa zona se hacía la vida de toda la familia, sobre todo por las tardes. Nosotros, me refiero a mis padres, vivíamos en la calle de atrás pero todas las tardes íbamos a casa de mis abuelos. También recuerdo que había una pila de agua con su culantrillo y el bernegal, que al irse destilando el agua gota a gota salía cristalina y fresca. Yo la bebía por vicio. Y era allí donde algunos domingos se celebraban algunas partidas de envite.
Ahora puede resultar extraño esas reuniones, pero en aquella época era normal pues era costumbre que las familias y amigos se visitaran con bastante frecuencia, por lo que eran muy habituales estos juegos de cartas entre los hombres, mientras que las mujeres merendaban y hablaban de sus cosas.
Debo explicar por si alguien no lo sabe, que el envite es un juego autóctono y que por tanto solo se juega en Canarias. Se juega con la baraja española y consta de dos equipos de tres, cuatro o incluso cinco jugadores por bando. Pero al decir de la mayoría de los aficionados la partida más interesante es la de cuatro componentes por equipo. Y así debe ser porque en todos los campeonatos que se celebran en clubes y casinos se exige que los equipos lo formen cuatro jugadores.
Una cuestión muy importante es que se trata de un juego en el que nunca se apuesta dinero. Generalmente se apuestan las bebidas que se consuman durante la partida, o un número concreto de ellas, y el equipo que pierda es el que las paga.
En casa de mi abuelo la apuesta era muy distinta, pues consistía en que el equipo que ganaba se tomaba dos o tres copas de ron cada uno de los componentes y el que perdía se bebían otras tantas copas pero de agua. Era una apuesta muy singular y les puedo asegurar que se llevaba a rajatabla y además el equipo perdedor tenía que soportar las bromas de los ganadores con mucha resignación. De verdad, eran muy reñidas estas partidas pues nadie quería perder.
Era también habitual que mi abuelo me mandara a la tienda a comprar una botella de ron, que solía pagar él, y me mandaba a mi porque generalmente yo era el nieto de más edad que había en la casa en ese momento. En ésta ocasión mi tía Mercedes desde que llegué de la tienda cogió la botella de ron, (mi abuelo siempre utilizaba la misma: una de anís el mono), y la vació en otra y llenó ésta de agua. Me dice a mí que no dijera nada y se pone a pelar unas papas y unos dientes de ajo para freírlas cuando su padre se lo dijera, para que les sirvieran de enyesque acompañadas con unos cachitos de pan.
El equipo de mi abuelo casi siempre era el mismo y estaba formado por él, que era el mandador, mi padre, mi tío Felipe y mi tío Martín. El equipo contrario eran unos amigos y vecinos del barrio, Antonio Benitez, Antonio Gil, y otros dos amigos que no recuerdo, que también acostumbraban a jugar juntos en muchas ocasiones. La partida se estaba prolongando demasiado y ya llevaban cerca de dos horas jugando cuando el equipo de los amigos empatan a un chico. La partida constaba de tres chicos ganando el primero que hiciera dos.
Algunas de las mujeres ya querían marcharse para preparar la cena porque ya estaba empezando a oscurecer. Así que acuerdan dejarlo en empate y mi abuelo le dice a su hija Mercedes que fuera friendo unas papas para echarse un par de piscos de ron cada uno.
Al cabo de un rato mi tía les lleva un plato con las papas fritas, otro con los trocitos de pan y la botella de «ron» y un vaso, y se los pone en la mesa delante de su padre. Mi abuelo sirve la copita de ron por la raya como era costumbre y se la da a Antonio Benitez que era el de más edad. Se la toma de un trago sin pegar la copa a los labios como era habitual y a continuación hace el ruido característico al bajar el ron ardiendo por el gaznate: Aaaahhhhh al tiempo que le dice a mi abuelo: Caramba José Leona este ron está superior. Le sirve otra copa a Antonio Gil, que hace lo mismo y así uno tras otro sin que ninguno descubriera que bebían agua, hasta que al final, como anfitrión, mi abuelo se pone su ron y desde que se lo traga empiezan todos a partirse de risa, incluso las mujeres y mi abuela que se habían enterado de la broma de mi tía. Hay que ver cómo lo disimularon desde el primero hasta el penúltimo para que todos cayeran en el engaño. Luego mi tía saco el verdadero ron y se tomaron unas copitas con verdadero jolgorio.
Mí tía disfrutaba gastando bromas.