Les voy a relatar esta vivencia, de la que fui uno de los protagonistas, y que desde luego no me siento nada orgulloso de ella, más bien todo lo contrario. Por encontrar una justificación, quizás fuera por mi juventud y la de los otros dos amigos.
Esta triste historia ocurrió cuando yo tendría en torno a los diecisiete años. Los nombres de los otros dos amigos me les voy a reservar porque lo más probable es que no les guste verse inmersos en esta desagradable vivencia. Por tanto utilizaré nombres ficticios. Uno de ellos ya falleció, pero está su familia.
A última hora de una tarde de verano me encuentro con el amigo Luis y me comenta que esa noche se tenía que quedar vigilando a una vaca que tenían en la pequeña finca de su padre, porque estaba próxima a parir y la cría al parecer venía al revés, de nalgas. Que porque no iba y le hacía compañía. Que se lo dijera también a Nicolás, otro amigo, y pasábamos la noche jugando a la baraja y echándonos unos piscos. Le contesté que hablaría con él a ver si quería ir. Que en caso de que fuéramos nos veríamos sobre las diez de la noche en la finca de su padre, donde estaba la vaca.
Después de pedirle permiso a mis padres, logré hablar con Nicolas y le entusiasmó la idea de pasar una noche fuera de casa. Él tenía la misma edad que yo, y por tanto debió también pedirle permiso a sus padres, que al igual que los míos no le pusieron impedimento.
Faltaban pocos minutos para las diez de la noche cuando llegamos Nicolas y yo al alpendre de nuestro amigo Luis. Nos saludamos los tres muy contentos y nos comenta que su padre se había ido hacia un rato y que el problema de la pobre vaca podía ser grave. Nos explicó que el veterinario había estado a última hora de la tarde y les había comentado que la cría estaba mal colocada, y que si ésta no se giraba la madre podría morir en el parto. Así que desde que le notara los primeros síntomas y la vaca empezara a empujar con las primeras contracciones había que salir corriendo a avisarle.
La verdad es que Luis estaba preocupado por el diagnóstico del veterinario y nosotros dos al verlo a él triste también nos entristecimos. Pero tratamos de darle ánimo y le decíamos que lo que teníamos que hacer era seguir al pié de la letra las instrucciones del veterinario y que ahí acababa su responsabilidad.
Pasado ese primer momento, Luis nos comenta que se había traído para cenar, unas papas, una botella de aceite y un par de panes grandes. En el pajar había una sartén y una cocinilla de petróleo. Así que empezamos a pelar papas y a freírlas y como le habíamos puesto unas cabezas de ajo machacadas olían que ni les cuento. Cuando se saco la primera sartenada, Luis, por arte de magia, sacó una botella de ron de La Aldea que le había birlado a su padre, que como tenía varias no la iba a echar de menos. Nicolas y yo nos quedamos sorprendidos y contentos, aunque ninguno de los tres estábamos acostumbrados a tomar ron solo y más el de La Aldea que era el más fuerte, pues lo que estábamos acostumbrados a beber los Domingos era algún vaso de vino abocado, o un ron con miel, o un ron con anís, sobre todo para perder la vergüenza y tratar de ligarnos alguna chica.
Era la una de la madrugada y la vaca seguía igual. Así que conversando y entre piscos de ron, sartenada de papas y mojando cachos de pan en la aceite, acabamos con todas las papas, con el pan y con la botella de ron. Los tres acabamos con media chispa y sin apenas darnos cuenta nos quedamos dormidos.
Eran algo más de las cinco de la mañana cuando nos despertó los bramidos de la pobre vaca, pues se había puesto de parto desde hacia algún tiempo y sus esfuerzos en parir eran inútiles. Pensamos que la cría no se había girado. Luis nos dijo a voz en grito y muy nervioso que recogiéramos todo para que no se notara lo que habíamos hecho y que luego nos fuéramos de inmediato, y salió corriendo en busca del veterinario que vivía dentro del pueblo de Guia, a unos dos kilómetros de distancia.
Así lo hicimos y dejamos el pajar como si allí no hubiera habido nada anormal. Nos llevamos la basura para tirarla en otro sitio y luego nos fuimos cada uno para su casa.
Al cabo de unos días nos volvimos a ver los tres y Luis nos contó que la vaca se había muerto. Cuando llegó el veterinario y vio el estado en que se encontraba dijo que no había nada que hacer. Que quizás si hubiera venido un par de horas antes se podría haber hecho algo, pero que de todas maneras las posibilidades eran muy pocas porque estos partos son muy complicados. Le dije que me había dormido sin darme cuenta y le pedí que no se lo contara a mi padre.
El padre de Luis nunca se enteró de lo que había pasado, pues el veterinario no creyó necesario decirle que le habían avisado con mucho retraso. Ya él, por la tarde, le había explicado el peligro que existía.
Luis nos contó con todo detalle todo lo ocurrido, y el remordimiento de conciencia nos duró mucho tiempo. Desde luego, está claro que fuimos unos irresponsables.