N° 61. «LOS CURANDEROS. PUEDEN SER UN PELIGRO».

Esta es una vivencia muy personal que puede servir de ejemplo a otras personas en algunos momentos de su vida, pues a veces también aprendemos de las experiencias negativas de los demás.

En el mes de Septiembre del año 1999, sufrí una lumbo-ciática, (inflamación de los nervios lumbago y ciático), muy fuerte, de las peores. Eran unos dolores muy fuertes, insoportables, que los calmantes apenas mitigaban. Estuve casi un mes sin poder moverme de la cama ni siquiera para hacer las necesidades más elementales. Mi mujer me tuvo que comprar un chato y una botella, iguales a las que se usan en los hospitales cuando estas ingresado e inmovilizado, para poder hacer las necesidades.

Mi pobre mujer se desesperaba porque ya no sabía que hacerme. Un día escuchó en la radio a un señor que decía que el curaba tanto lumbagos como ciáticas en una o dos sesiones. Tenía un modo de hablar, me decía mi mujer, como si fuera un hombre de nuestros campos, muy humilde, muy campechano. Al final de la entrevista dejó su número de teléfono para que le llamara todo aquel que pudiera necesitar sus servicios. También añadió que él no tenía una tarifa fija sino que cobraba lo que la gente quería darle, y si alguien no podía darle nada que él lo atendería igual.

Así pasaban los días y mi mujer viendo los dolores continuos que yo tenía desde que me movía lo más mínimo, se decidió llamar a este «fisioterapeuta» de la cumbre, sin decirme nada, pues de su existencia tuve conocimiento cuando lo vi por primera vez en mi dormitorio, ya que Inmaculada, mi esposa, no me había hablado de su entrevista en la radio, porque ella sabía que yo no era partidario de esos curanderos.

Cuando ya llevaba algo más de veinte días en cama, los dolores, a base de calmantes y antiinflamatorios habían remitido algo. Ya, aunque a base de echarle coraje, me atrevía a levantarme para ir al baño y a comer, ayudado de unas muletas que mi mujer me había comprado.

Un día, a media mañana, sin esperarlo, entra en mi dormitorio mi mujer acompañada de un hombre que podría estar en torno a los 55/60 años. Me lo presenta y me explica en pocas palabras quién era. Yo me había quedado boquiabierto sin saber qué decir pues tuve que reprimirme por respeto al hombre. Así que después del momento de la sorpresa, el hombre me saluda ofreciéndome la mano al tiempo que me pregunta por el problema que tenía y que desde cuando estaba así. Le explico lo que me pasa y que llevaba más de veinte días en cama. Me dice que me quite la camisa del pijama y a mi mujer le pide una botella de cristal, al tiempo que me comenta: «Ahora mismo le voy a arreglar ese problema y usted va a quedar al momento como nuevo. Y si hace falta vengo mañana otra vez. Porque le digo yo a usted que los médicos no saben curar estas dolencias».

Al momento llega mi mujer con una botella vacía de agua San Roque. El hombre se quita la chaqueta y los zapatos y me dice que me vuelva boca abajo. Le dije que no podía girarme por el dolor y entre él y mi mujer me ayudaron hasta conseguirlo. A continuación se sube a la cama, junto a mis pies, y después de preguntar cuál era la pierna de la ciática, la coge con las dos manos a la altura de la rodilla intentando subirla hacia arriba lo más que podía, al tiempo que decía: «Usted es un hombre fuerte pero yo soy más fuerte todavía». Yo aguantaba los dolores cómo podía para no soltar un grito. Ese ejercicio lo repitió varias veces. Aquello era una verdadera tortura.

Pero aquí no terminó la sesión, pues aún quedaba una segunda parte monstruosa que yo no sé cómo no me rompió la columna. Esta vez, yo también boca abajo, se escarranchó encima de mis piernas y cogiendo la botella por los extremos con las dos manos empezó a pasarla arriba y abajo apretando con fuerzas por todo el largo de la columna vertebral, sobre todo por la zona en donde estaba localizado el dolor. Cuando él creyó conveniente se paró y me preguntó que si notaba que el dolor había disminuido. Por supuesto le mentí, y le dije que el dolor casi había desaparecido. Que ya estaba mucho mejor. Entonces se bajo de la cama al tiempo que me decía con una sonrisa de satisfacción: «No le dije que yo lo curaba», y mientras se ponía los zapatos y la chaqueta me indica que siguiera boca a bajo unos minutos más. Se despidió con otro apretón de manos al tiempo que me decía que no dudara en llamarle si volvían los dolores.

Acto seguido salió del dormitorio detrás de mi mujer. Le oí preguntarle cuánto se le debía y como le dijo la voluntad, mi mujer le dio una cantidad que a él le pareció adecuada.

Yo estaba, como es previsible, mucho más dolorido y muy cabreado con mi mujer. Así que ella, que lógicamente sabia como yo estaba, cuando llegó al dormitorio estaba muy nerviosa y a punto de echarse a llorar. Nada más entrar me ayudo a volverme boca arriba y se abrazo a mi pidiéndome perdón y me explicó que como le había oído hablar tan seguro de su tratamiento pensó que me podía ayudar. Yo naturalmente la disculpe, pues de sobra sabía que ella lo había hecho con la mejor de sus intenciones.

Yo recomiendo tener mucho cuidado con esos «curanderos», pues pueden causar más daños que beneficios.

A pesar de ello, tengo una experiencia personal muy positiva. Siendo niño sufrí una caída y el codo se me desplazó; mi padre me llevó a un tal “Francisquito”, en la Atalaya de Guía, que me lo puso en su sitio sin ninguna secuela. Claro está que como en todo siempre hay excepciones.

A los pocos días, desde que pude caminar un poco mejor, fui a un traumatólogo que me recomendaron y después de hacerme una resonancia magnética me diagnosticó dos hernias discales. Una de ellas decía que era de libro y la otra más pequeña. Me recomendó ir al hospital por urgencias para que me operaran cuanto antes.

Por medio de un pariente conseguí que el equipo de especialistas del Hospital Insular estudiaran mis radiografías; a los pocos días me llamaron y me dijeron que no se me ocurriera operarme porque me dejarían inválido.

Estaba desolado. Pues pensé que mi problema no tenía solución. A los pocos días me llama un señor francés afincado en canarias, Pierre Joly, con el que tenía relaciones comerciales, y me recomienda a Carlos Oliveira que era un traumatólogo brasileño que estaba empezando a aplicar su método propia aquí en la ciudad de Las Palmas.

Y gracias a Carlos y a mi constancia, me curaron mis dos hernias discales en un tratamiento que duró nueve meses.  Me hicieron otra resonancia y los discos habían vuelto a su sitio, pues el tratamiento consiste en desbloquear la presión de las vértebras sobre el disco para que este vuelva a su sitio.

Este si que lo recomiendo. Su teléfono 928297647 y el nombre del centro: Instituto Morft, que significa: “Método Oliveira de  Recuperación Funcional Total”.