N° 70. UNAS SERENATAS DE LUJO EN LAS PLAYAS DE GÁLDAR.

Esta divertida e ingeniosa historia ocurrió en Gáldar en los últimos años de la década de los sesenta del pasado siglo. Yo conozco a los protagonistas pero pensando que alguno de ellos se pudiera molestar, pues hoy en día son respetables profesionales, he decidido no citarlos; aunque esta anécdota fue tan conocida en la zona que es posible que algunos de los lectores la identifiquen. De todas formas no creo ofender a ninguno de los protagonistas ni afecta para nada a la anécdota la ocultación de sus nombres. Les cuento.

El Ayuntamiento de Gáldar tenía un piano que, al decir de los entendidos, era muy bueno. A veces lo cedía al Casino de la ciudad, sobre todo cuando se iba a celebrar algún concierto interpretado por un pianista de prestigio, que  generalmente coincidía con las fiestas del patrono Santiago.

También era costumbre que esa misma noche, una vez acabado el concierto, se llevaran el piano de nuevo al Ayuntamiento, transportándolo a mano entre cuatro o cinco obreros, pues la distancia que separan a las dos entidades es bastante corta. Más que nada lo hacían así, porque el Concejal de Cultura de turno se quería curar en salud, temiendo que sufriera algún percance con tanta gente entrando y saliendo del Casino y sin ningún tipo de vigilancia.

Eran meses de verano y por tanto también de vacaciones de los estudiantes.  Entre esos estudiantes habían tres o cuatro chicos que estudiaban ya carreras universitarias  y cuando se encontraban de vacaciones en su pueblo eran inseparables. Habían dos de ellos que eran buenos músicos, uno tocaba el piano y el otro la guitarra, y además ambos cantaban muy bien.

La noche del concierto, a eso de las once y media, estaban tres operarios con el piano delante del Casino a la espera de un cuarto compañero para trasladar el pesado aparato musical hasta las dependencias del Ayuntamiento. Al poco rato llegan, como quien no quiere la cosa, dos de los chicos estudiantes y después de desearles las buenas noches a los obreros, les dicen que si querían podían llevarles el piano en una ranchera que tenían. Los tres obreros, cansados de esperar por el cuarto compañero, se miraron unos a otros y después de pensarlo un momento, pues todos conocían a los chicos, les dijeron que si y que se lo agradecían.

Uno de los chicos se va corriendo a buscar la ranchera que su padre le prestaba y entre los cinco suben el pesado piano a la carrocería. Los tres obreros se fueron caminando a esperarlos en la puerta del Ayuntamiento y los dos chicos se suben a la carrocería y con unos cuerdas que llevaban atan bien el piano para que no se deslizara y sufriera algún daño. Luego se suben a la cabina, ponen en marcha a la ranchera y arrancan muy despacio. En la esquina de la plaza les estaban esperando los otros dos amigos que se suben a toda prisa y en vez de girar a la izquierda rodeando la plaza para ir al Ayuntamiento tiran para la derecha en dirección al Agujero.

Los obreros cuando se cansaron de esperar en la puerta del Ayuntamiento, volvieron al Casino a ver si es que el vehículo no se ponía en marcha o si había surgido algún problema y allí ni había ranchera ni estaban los chicos. Siguen esperando sin adivinar qué demonios había pasado y cuando eran cerca de la una de la mañana decidieron dar parte a la Policía Municipal. Cuando les contaron la operación y los nombres de los chicos, los policías se fueron a descojonar de la risa. Todos conocían a los chicos y sabían que no se trataba de un robo sino de una juerga a piano.

Como estábamos en el mes de Julio, en El Agujero y sobre todo en Sardina había muchas familias veraneando y allí se dirigieron los cuatro amigos que se pasaron la noche dando serenatas a todas las chicas que conocían, con un piano que sonaba de maravilla. Como ese tipo de serenatas no era usual, pues con el silencio de la noche los boleros sonaban a música celestial, no solo se asomaba a la ventana la chica a quien iba dirigida la serenata, sino que terminaban por asomarse toda la familia, que, además, cuando acababan, les invitaban a tomar alguna cosa.! Es que una serenata a piano no se había visto nunca!

Y así estuvieron hasta las tantas de la madrugada.

Al día siguiente, a eso de media mañana, fueron al Ayuntamiento y devolvieron el piano que estaba impecable. Se llevaron un buen rapapolvo pero no pasó de ahí, pues a todos, aunque lo disimulaban, les había hecho gracia tamaña jugarreta.

Como es natural en los pueblos, en cuestión de horas la noticia corrió por todas partes. La gente se partía de la risa ante el ingenio de los chicos.